Los habitantes de Mulaló han madrugado a pintar los postes con los colores de la bandera y a limpiar el parque en el que se encuentran los tres caminos dirigidos hacia la plaza principal.
Una quebrada los atraviesa en días de lluvia y obliga a los carros a hundir las llantas para pasar, pero hoy sólo es un reguero de piedras empolvadas. Con el sol perpendicular a sus cabezas, protegidos con sombreros deshilachados, y con escobas de hojas de árbol, limpian el suelo por donde pasó Bolívar dos veces.
“Aquí se dio la primera liberación de esclavos de América”
, me dice Raúl Tello, mientras el jeep en que viajamos empieza a disminuir su velocidad justo en el cruce de caminos. Se trata de un negro de 60 años, salpicado de canas, patillas encrespadas, una voz gruesa, pero nítida; hombre pasivo, apático a la polémica y a la discusión.
Raúl habla de Mulaló, corregimiento del municipio de Yumbo, en el que viven unas 3.500 personas, 56 por ciento de ellas de raza negra. La tradición oral cuenta que al amanecer del 24 de diciembre de 1821, Simón Bolívar llegó a la antigua hacienda Mulaló, que servía como mercado de esclavos, por su ubicación estratégica junto al rio Cauca, navegable en ese tiempo, un paso obligado de los viajeros que se dirigían a Bogotá. Buenaventura y Chocó.
El propósito de su visita era cerciorarse de que el doctor José María Cuero y Caicedo, primo de Joaquín Caicedo y Cuero, dueño del Alférez Real, propietario de la hacienda, cumpliera con la ‘Ley de Libertad de Vientres’, que ordenaba que los hijos de los esclavos que estaban en gestación por esa época nacieran en libertad.
Simón Bolívar recorrió los alrededores de lo que hoy es la plaza, donde se levantaba un caserío de madera envejecida de cientos de esclavos, cuya raíz genealógica estaba en los pueblos Fang y Bantú, según una investigación del historiador Luis Alberto Londoño. Los hallazgos de Londoño comprobarían, mediante pruebas genéticas, el parentesco de los mulaleños con esas tribus que habitaron el actual Camerún. Guinea Ecuatorial y Congo de África. El Libertador se marchó a galope, llevando consigo cien esclavos que participarían en las campañas libertadoras de Bombona, Junín, Pichincha y Ayacucho.
Durante las batallas, una estatua en madera de cristo crucificado que perdió un brazo y una pierna por una carga de pólvora, fue el estandarte de los mulaleños. De regreso a la hacienda, los guerreros trajeron consigo el ‘Cristo Mocho’, que en la actualidad se exhibe en el Museo Histórico Simón Bolívar de Mulaló.
Durante las batallas, una estatua en madera de cristo crucificado que perdió un brazo y una pierna por una carga de pólvora, fue el estandarte de los mulaleños. De regreso a la hacienda, los guerreros trajeron consigo el ‘Cristo Mocho’. Fue el estandarte de los mulaleños.
Héroes y chivos
Unas treinta familias conformada por negros nacidos en libertad y por hijos de los héroes de las batallas libertadoras, casi todos apellidados Cuero y Caicedo, pues recibían los apellidos de sus otrora propietarios, poblarían el corregimiento de Mulaló.
Uno de los matrimonios de ese tiempo fue el de Jerónimo Cuero, un negro descendiente de esclavos, y María Josefa Vergara y Caicedo, que según los relatos de los abuelos mulaleños era una mujer blanca y de ojos claros. Su unión se celebró el segundo día de marzo de 1878. Graciliano, Rogelio. Rafael, Paula y Miguel Jerónimo nacieron, en este orden, de la unión marital. Graciliano y una mulata llamada Inés Tello se unieron para tener tres partos de mellizos, en los que vivió un niño por cada alumbramiento, y tres bebes más. Tres hombres y tres mujeres en total.
Sin razón aparente, estos niños recibieron el apellido materno. Uno de los Mellizos, Emiliano, se enamoró de Ana Rosa García Cuero. Tuvieron su primero de nueve hijos en 1948, un niño que empezó a cargar las leyendas mulaleñas a sus espaldas desde el día en que el azar de las travesuras infantiles lo llevó a ver un avión por primera vez. Descubrió “pedazos de metal oxidados al borde del río, llevaban mucho tiempo sin que nadie los recogiera”.
Mucho tiempo también esperó Saúl Castillo. Le prestó una camisa y un pantalón nuevos al capitán Materón, luego de que el militar se enredó en un cable metálico cuando volaba a poca altura sobre el rio Cauca en 1942. Saúl lo rescató y le prestó la ropa, los restos del avión quedaron olvidados en el río y 53 años después, cuando lo entrevistaron, dijo que aún esperaba que la Base Aérea Marco Fidel Suárez le mandara las prendas.
Ese niño es el mismo que ahora espera junto a este reportero a que el jeep se detenga completamente. No abre la boca siquiera para avisar sobre su parada y el carro de servicio público, cuyo conductor conoce de memoria las paradas de sus pasajeros, queda inmóvil frente a su casa, en el cruce de caminos.
Cocina mulaleña donde se prepara el mondongo de chivo.
La familia Tello inventó la tradición del mondongo de chivo para Mulaló, donde se contaron 2.700 chivos entre 1940 y 1975. Miguel Jerónimo revolvía vísceras de chivo en hierbas aromáticas, agregando alverjas y arroz, cada vez que iba a visitar a su hermano Graciliano a Mulaló. Esta Receta la aprendió con los franciscanos, con los que trabajó a finales del siglo XIX, como capellán de la iglesia Santa Rosa de Cali.
La administración de esta herencia culinaria está en manos de Clementina Ortiz, una negra de 75 años y de una risotada por cada dos frases. Vive en una casa que queda en una loma detrás de la casa de la familia Tello. La vivienda de doña Clementina cuenta con un gran salón que sirve de sala y un cuarto de madera en el patio, donde se cocinan los chivos todos los domingos entre las tres y las once de la mañana.
Hace cincuenta años aprendió a preparar mondongo de chivo con su tía María Judith Cuero, y durante los últimos quince años a las dos de la tarde cuelgan chivos en los árboles de su patio, para pelarlos, “chivos que se crían solos en la loma, comiendo hierva, castrados, porque sino la carne queda oliendo a miao”, dice doña Clementina.
La casa de los Tello está ubicada al lado derecho del camino central, al que se le unen otros dos, diagonal a un imponente samán que nutre de sombra a tres bancas y a las cinco casas que lo rodean. Es una construcción en madera y barro, de color azul celeste, con un árbol de mango en su entrada y con leyendas de más de un siglo. Ahí nacieron y se criaron los nueve hermanos Tello.
Raúl y Reinaldo, dos de los nueve hermanos Tello García.
Hacia la derecha del palo de mango hay una caseta de madera. En ella me senté junto a Reinaldo Tello, hermano de Raúl.
Dos años menor, Reinaldo es un negro de cejas pobladas, ojos muy redondos, nariz gruesa, preciso en su discurso, habla con método, con ganas.
Este mulaleño llegó un día de 1990 a su casa con un busto de barro al hombro que había sido colocado en la plaza el 24 de julio de 1983, durante el bicentenario del natalicio de Simón Bolívar, pero que había sido cambiado por el del general Bolívar ese día porque no correspondía a la estampa del Libertador.
En el pueblo siempre se creyó que aquella era una efigie de Antonio Nariño, hasta que Reinaldo la sacudió en el solar de su casa para empezar a “moldearla y asemejarla a Nariño, porque casi no se parecía”. Pero descubrió la palabra Mariño en un costado del monumento. “Entonces me di cuenta de que era el capellán del Ejército Libertador, de apellido Mariño, que llegó con Bolívar a Mulaló en su segunda visita”.
De Fray Ignacio Marino y Torres se dice que fue un sacerdote dominico, coronel de los ejércitos neogranadinos, un revolucionario y guerrero que después de matar a un enemigo le daba la bendición.
Aproveché el momento para interrogarlo sobre aquella visita. Mientras sacudía la estatua de Mariño, me contó sobre aquel paso de! libertador por las vertientes del río Cauca, territorios ocultos y salvajes, en palabras de William Ospina en su novela Usúa: “El más arduo de los países, una región de orillas encendidas y montañas guerreras, donde los espíritus de los valles y los bosques seguían siendo misteriosos e indómitos”.
El busto que siempre se creyó que era de Antonio Nariño resultó ser del dominico Ignacio Mariño y Torres.
Bolívar otra vez
Después de la liberación de esclavos en 1821, un Bolívar cuarentón, sin ser el hombre visionario de sus tiempos gloriosos, entrado en el último año de su vida, afligido por la premonición de haber arado en el mar, llegaba a Mulaló a vivir su última Navidad.
Siendo América más joven, en la tarde de la Navidad de 1829, el doctor José María Cuero y Caicedo recibía en Punta de Yumbo al libertador de cinco naciones. Punta de Yumbo, después conocida como Puerto Isaacs, era un puerto de agua dulce en la infancia de Colombia.
“Para esa fecha, Cuero simpatizaba con la causa libertadora por miedo a ser expropiado -según el historiador Indalecio Liévano—. Se pretendía que los sueldos de los soldados del Ejército patriota se cancelaran con la adjudicación de propiedades de los realistas, españoles y criollos. En 1821 lo mandó a perseguir hasta el Portachuelo, límites entre Yumbo y Vijes, pero en esa ocasión lo escoltó con sus hombres hasta Mulaló”.
El sentido común me llamó e interrumpí el relato de Tello bajo la caseta de madera para preguntarle de dónde sacaba esa historia del general Bolívar por el valle del río Cauca. Convencido me contestó: “Lo leí en ‘El Paso del libertador por Mulaló’, de Sánchez Nieto, pero se lo presté a Pabló Victoria y nunca me lo devolvió. También lo escuché de mi tío abuelo Rafael Cuero, que lo escuchó de María Josefa Vergara”.
María Josefa recibió joyas, ganado, y las tierras de la hacienda cuando los Cuero se fueron para Cali, luego de las campañas libertadoras. Una matrona la sacaban a bañar todas las mañanas bajo el sol, y “la calentaban con cuero de chivo”.
Cuando Rafael Cuero la conoció, tenía 110 años, “mantenía su ataúd en el techo, porque cada mes se ponía de muerte cuando hacía matar una res que repartía entre sus vecinos, se enfermaba de comer tanta carne, imagínese, lo que comía a diario era maduro con leche”. La alarma de cada mes pasaba sin que doña Josefa muriera y “el cajón lo pedían prestado mientras doña Josefa seguía viva. Así murieron veinte personas primero”.
Doña María Josefa fue una ‘tía’, así se le dice a todos los abuelos longevos de Mulaló, que vivió unos 116 años. Fue tan legendaria como Francisco Palacios. Emiliano Tello y ‘Teolinda’, que la sucedieron y vivieron más de cien años, llegando hasta las décadas de los ochentas y noventas. María Josefa fue la primera en hablar del cuento de Bolívar en Mulaló.
A propósito de ese cuento, me reuní con Iván Escobar Melguizo días antes de entrevistar a los hermanos Tello. Se trata de un veterano arquitecto, de hablar pasivo y detallado, forjador del ‘Pueblito Vallecaucano’, nombre que reciben los sitios visitados por los turistas los domingos en Mulaló. Escobar Melguizo dice que recogió una versión de las dos visitas de Bolívar a Mulaló, fruto de charlas con la comunidad. “El doctor José María Cuero y Caicedo y su familia le brindaron una típica cena de Navidad a Simón Bolívar, compuesta por mondongo de chivo, manjar blanco y masato”.
“El doctor Cuero cambió al general Bolívar su caballo Palomo, que estaba cansado y viejo, por la mula Barcina, la mejor de la hacienda. Palomo murió en la hacienda y fue enterrado al pie de una ceiba centenaria, donde el libertador lo amarró durante su estancia”.
Esa misma noche, una linda esclava de 20 años, de nombre Ana Cleofe Cuero, hija de dos esclavos, Domingo Lucumí y Josefa Matuto, comprados en el mercado de esclavos en junio de 1812. “se le entregó voluntariamente en un acto sumiso de amor” y quedó en cinta.
Para la vuelta de El Libertador Simón Bolívar en 1829, “la niña fue bautizada en la capilla de la hacienda Mulaló en la madrugada del 26 de diciembre, en presencia del General, quién solicitó el nombre de Manuela Josefa para su hija”
Para la vuelta de Bolívar en 1829, “la niña fue bautizada en la capilla de la hacienda Mulaló en la madrugada del 26 de diciembre, en presencia del general, quién solicitó el nombre de Manuela Josefa para su hija”.
Mientras conversaba con Reinaldo le compartí el relato del arquitecto, a lo que me contestó que “Bolívar era estéril, eso es algo suficientemente conocido, no pudo dejar hijos acá. En su segunda visita, luego de ser escoltado desde Punta de Yumbo, pasó la Navidad y a las cuatro de la mañana se fue por el Camino Real, hoy vía Panorama, para Bogotá”.
Ese fue el penúltimo dato que Reinaldo me dio. Cuando me despedía de los hermanos Tello y de los barrenderos y pintores del cruce de caminos, ahora aliviados por un viento tan fresco y liviano como una brisa marina. Reinaldo me dijo: “Si quiere saber más sobre Bolívar en Mulaló busque ‘Cieza de León’, volumen tres. El primero y el segundo están en la Biblioteca Departamental. El tercero se perdió”.
Por Luis Fernando Riascos.
La anterior crónica, inicialmente fue publicada en la revista Ébano, edición N° 6 de agosto de 2009. Su autor, el comunicador social yumbeño Luis Fernando Riascos, la compartie con los ciberlectores de www.todosesupo.com. A él, mil gracias.
Fotografías: Mario Alberto Escobar.