Hace 35 años, es decir, el jueves 26 de enero de 1978, en las horas de la noche, una bodega colmada de lubricantes envasados empezó a arder de manera misteriosa en la empresa Texas Petroleum Company (TEXACO). Fue algo misterioso, según sus directivos, pero sospechoso para los yumbeños que a esa hora se disponían a acatar el decreto de toque de queda impuesto por el alcalde de entonces, médico Carlos Ariel Nieto Sánchez.
La del 26 sería la tercera noche con toque de queda, medida que al amparo del Estado de Sitio, habían adoptado las autoridades con el gobernador Carlos Holguín Sardi a la cabeza, para sofocar las protestas callejeras que adelantaban los obreros y empleados del Municipio, y los docentes y alumnos del Colegio Mayor de Yumbo.
Empiezan las protestas
El martes 24 de enero de 1978 fue el primer día de protesta. Por las calles de Yumbo desfilaron obreros, empleados y docentes denunciando la falta de pago de salarios. Los alumnos y padres de familia del Colegio Mayor también marcharon exigiendo la salida del rector y el regreso del profesor Ernesto Chois a la rectoría.
Pero la protesta no sólo era de los servidores públicos, sino que gran parte de la ciudadanía también se unió a ella por el estado de postración en que estaba sumido Yumbo, fruto de malas administraciones, politiquería y los malos negocios que causaron la bancarrota municipal.
Eran los tiempos de los “concejos chapulines” con dos mesas directivas y dos bloques mayoritarios con sendos contralores, personeros y tesoreros elegidos. Épocas de cuentas bancarias del municipio embargadas por incumplimiento en contratos estatales; las arcas vacías por el pago de artículos que nunca entraron al Almacén Municipal; faltantes de Tesorería; pago doble de cuentas, y un largo etcétera en el que se incluye la desviación del dinero descontado a los servidores públicos para seguridad social y que nunca llegaron al entonces Instituto de Seguro Social.
Era tal el estado de desesperación en los yumbeños que hasta la Iglesia Católica, en persona de los sacerdotes de la parroquia del Señor del Buen Consuelo en enero de 1978, mediante carta pública, rechazó como contrario al espíritu cristiano los hechos que durante varios años y últimamente algunas autoridades han provocado la indignación del pueblo, que ha llegado a sentirse desafiado y sin esperanza… Tales hechos eran, como lo manifestaba la comunidad, el despilfarro, despidos, incumplimiento en pagos, favoritismos políticos, creación de nuevos cargos burocráticos, olvido real de sectores marginados, etc.
La marcha de protesta de ese 24 de abril terminó en pedreas contra la Alcaldía Municipal y la destrucción de la sede de la Defensa Civil en la carrera 2ª con calle 4ª, hasta donde se desplazaron los protestantes creyendo que en ese sitio se escondía el alcalde Nieto. Las principales vías fueron cerradas con barricadas y quema de llantas, y en gran número la ciudadanía salió de sus casas a enfrentarse a la policía antimotines que llegó a Yumbo.
Y llegó el primer muerto…
Fue en medio de esos combates callejeros que resultó muerto el mecánico de 18 años Alberto León Valencia Betancourt, quien al parecer no estaba participando en las marchas de protesta sino que llegaba de trabajar en Cali y fue alcanzado por una bala perdida. Hay quienes en esa época dijeron que fue herido por los lados de la carrera segunda y su cuerpo hallado, según el diario El Tiempo, en un sector del barrio Lleras Camargo.
En la madrugada del miércoles 25 el alcalde Carlos Ariel Nieto, en algún lugar de Yumbo o de Cali, firmó el Decreto 009 declarando el toque de queda, la ley seca y dando vía libre a los allanamientos de las casas donde al frente de ellas se quemaran llantas y se montaran barricadas. Ello no fue óbice para que durante todo el día 25 las protestas continuaran, y los estudiantes del Colegio Mayor organizaron un entierro simbólico del joven Alberto León, cuyo cadáver no fue sepultado en Yumbo sino en Cali por orden de las autoridades militares.
La calma “chicha” rota por un carretillero
Como en el famoso cuento de Gabo, la gente en la calle empezó a rumorear que en Yumbo iría a pasar algo… En una aparente calma, los estudiantes y gran número de ciudadanos se apostaron en el parque principal, mientras los antimotines y la Policía Militar custodiaban la sede de la Alcaldía que aún lucía con todos los vidrios de los ventanales rotos.
Pero la calma fue rota por el ruido que un carretillero produjo al golpear su carreta de mano con un trozo de madera. Muchos de los concurrentes al parque, presas de la tensión, creyeron que eran disparos y salieron en desbandada, lo que fue interpretado por las fuerzas del orden como una nueva asonada, ante lo cual reaccionaron disparando las cápsulas de gases lacrimógenos, iniciándose la segunda noche de disturbios en Yumbo.
Y llegó el jueves 26 con los yumbeños cansados, desahogados, pero aún faltaba lo peor…
El toque de queda de la noche del 25 fue acatado por la mayoría de los habitantes de Yumbo a partir de las ocho de la noche. Los diarios de la época dan cuenta de algunos disturbios en los sectores extramuros de la población. Por eso muchos, entre los que se contaban las fuerzas del orden y las autoridades municipales y departamentales, creían que la normalidad estaba retornando a la ciudad industrial. Sin embargo, lo más grave estaba por llegar.
El guarda de turno del cuartel de Bomberos de Yumbo impaciente miraba el reloj de la guardia para accionar la alarma y soltar el toque único de la sirena, anunciando la tercera noche de toque de queda. Estaba pensando en su familia, allá en La Chanca, cuando recibió una llamada pidiendo auxilio porque los tanques de la Texaco estaban ardiendo.
La gente en la calle escuchó la sirena y apuraron el paso porque no querían pasar la noche en el estadio o en el cuartel de la policía, adonde llevaban a los infractores del toque de queda. En la casas, empezaba el conteo de los miembros del grupo familiar para asegurar que todos estaban ahí, bajo techo. Pero los unos y los otros sorprendidos quedaron cuando no fue uno sino tres los toques de la sirena de bomberos.
Y la noticia se regó como pólvora. Primero fueron los de La Estancia quienes vieron las altas llamas que salían, según algunos, de Codi Mobil, otros que de la Esso y quienes acertaron diciendo que de la Texaco: ¡No ven que la llamarada está más acá! Después los que se sorprendieron fueron los habitantes de Buenos Aires y del naciente asentamiento subnormal que con los años tomaría el nombre de Juan Pablo II, quien para la época solo era Karol Józef Wojtyła, arzobispo de Cracovia .
Los desprevenidos soldados que aburridamente custodiaban las calles pensando que al fin esa noche podrían dormir, se sorprendieron al ver que la gente salía a las calles pero no con ánimo de alterar el orden público sino con muestras de pánico en sus rostros. No era, pues, desobediencia civil lo que movía a la gente al oír el toque de la sirena sino el instinto de supervivencia: ¡Qué cuentos de entrarnos a la casa; ¿no ven que Yumbo va a explotar?! Y las fuerzas del orden tuvieron que resignarse a ver cómo los yumbeños partían para las lomas y carretera arriba huyendo del inminente estallido de la zona petrolera…
¿Y todo fue fríamente (o ardientemente) calculado?
En la madrugada, cuando la gente se enteró de que el incendio en Texaco era una bodega de aceite y que había que esperar que se consumiera sola y que lo que hacían los bomberos de Yumbo, Cali, Palmira y Jamundí era refrigerar los tanques de almacenamiento de gasolina y que el riesgo de explosión no existía, ahí sí, todos los yumbeños fueron retornando a sus casas…
Días después, mediante un comunicado de prensa, las directivas de la Texaco se lamentaron por la pérdida total de la bodega con la totalidad de lubricantes en ella almacenada y garantizaron que no habría desabastecimiento en las estaciones de servicio, pero no salían del asombro al no saber las razones del incendio. Eso pensaban ellos, porque en el imaginario colectivo yumbeño siempre se pensó que fue un golpe subversivo para motivar una desobediencia civil. Y hubo los más temerarios que llegaron a pensar y dizque vieron al par de muchachos que desde una moto lanzaron las bombas incendiarias por debajo de las rejas de la bodega y que sabían que de ahí no pasaba a más el asunto.
Afortunadamente, 35 años después podemos seguir contando el cuento y saber que las únicas secuelas que quedaron de esa noche del 26 de enero de 1978 son el recuerdo de las picaduras de los zancudos y las ladillas de los pastizales de las lomas…
Por Juan de Dios Vivas-Satizábal
Bibliografía
Mendoza M., Alberto. Memorias de Yumbo. Editorial Prensa Moderna, Cali. 1983
Quintero Q., Ancízar. La Protesta Social en Yumbo. Editorial Poemia, Cali. 2004
Diario El Tiempo. Archivo Digital. Ediciones enero y febrero 1978. Bogotá.