Aún no era la medianoche del 24 de abril de 1974. Quienes en sus casas tenían televisor ya lo habían apagado cuando terminó Caso Juzgado; otros yumbeños más trasnochadores, esperarían que se acabara TV Sucesos RCN para ver La Caldera del Diablo, la telenovela de moda en la época, y luego sí irse a dormir. Los pocos que asistieron al Teatro Belalcázar trataban de conciliar el sueño luego de haber visto en la pantalla gigante El Circo del Horror, la violenta película del director inglés Sidney Hayers.
Había sido una noche fría la de ese 24 de abril de 1974. Con mucha lluvia, relámpagos y truenos que cual bombas explosivas se escuchaban por todo el casco urbano y las lomas que circundan a Yumbo. Lo que más inquietó a los yumbeños en las horas de la tarde fueron los negros nubarrones que sobre la cordillera occidental se veían: si llovía como amenazaba, de seguro que el río se crecería y habría que recoger agua porque el acueducto municipal dejaría de funcionar.
Y llovió mucho terminando la tarde y en la noche. Dicen que la represa se formó en el puente de La Planta, aquel paraje en la vía a La Cumbre que con el paso de los años empezaron a nombrar como el Puente de las Viejitas. El fuerte aguacero caído sobre las cuencas de las quebradas Yumbillo y Santa Inés las hizo crecer y en su rápido descenso arrastraron los árboles escasamente pegados en las erosionadas cañadas, y se atascaron en el puente.
Cuando reventó la empalizada, el río a dentelladas arrasó con lo que encontró a sus orillas. Empezó con las casas del sector de Pasoancho, aquel asentamiento de los lados de La Cañada.
La llegada tarde a casa, le salvó la vida
La costumbre de quedarse hasta tarde en el parque charlando con los amigos, arreglando el país, después de visitar a sus novias fue lo que le salvó la vida a Jorge Calderón la noche del miércoles 24 de abril de 1974.
Tal y como acostumbraba, Jorge aquella noche llegó hasta su casa un poco más arriba de donde quedaba el balneario La Cañada, aquel sitio tan famoso que tuvo Yumbo y que con tanta decencia y esmero atendió personalmente su dueño, don José Domingo Martínez.
La mamá de Jorge, doña Mercedes, ya estaba acostada. De seguro que ya había hecho sus oraciones y elevado al Cielo su súplica para que librara de todo mal y peligro a sus hijos: Dionicio Hernán, que ya no vivía con ellos; Mercedes, mujer cabeza de familia que tenía que ver por dos hijos; Jorge, a quien ya sintió llegar, y Alberto, el menor.
Jorge se sentó en el borde de la cama de su mamá, tal y como lo hacía todas las noches cuando llegaba de la calle. Charlaron un rato hasta que al verla cabecear le dijo que se iría a acostar para que ella durmiera tranquila.
Recién se había levantado del borde de la cama de su mamá y cuando iba a salir de la pieza, Jorge se sorprendió con los gritos de angustia que alguien afuera lanzaba:
–¡Salgan que el río se creció! ¡Viene la creciente, todos para afuera!
Al otro lado del río, por el camino que frecuenta la gente para ir a los charcos o a las pocas casas que por entonces había en el sector de Pasoancho y que con el paso de los años vino a ser el barrio La Trinidad, segunda etapa, Jorge vio a un hombre corriendo, con linterna en mano que alumbraba de cuando en cuando la gran empalizada que con fuerza venía río abajo, mostrándosela a la gente que con sus gritos había despertado.
En este sector, el río arrastró las casas de la margen derecha, con fuerza entró a La Cañada, llenó la piscina y siguió con furia hacia abajo.
En la 2ª con 2ª, Saúl Velasco vio morir casi 5000 gallinas
Mario Lenis era el encargado del gallinero que con sus ahorros había montado Saúl Velasco Morales en la esquina de la carrera 2ª con calle 2ª. A Mario siempre le acompañaban los jóvenes Luis Quezada y Dayro Moncada. Los tres se despertaron con los gritos y el llanto de la gente en la calle.
La puerta de la granja era de lámina y al tiempo que Mario Lenis quiso abrirla, antes de quitar los candados que la aseguraban, la fuerza del agua la tumbó, y Mario fue arrastrado por las aguas embravecidas del río que inundaron el gallinero construido en el terreno de lo que algún día fue un zanjón. Todo quedó convertido en un lago en cuyo fondo reposaban las casi 5000 gallinas ponedoras que iniciaban su periodo de postura, el primero de su ciclo vital.
Luis y Dayro se vieron en apuros para poder rescatar a don Mario. Luego habrían de llegar don Saúl, sus hijos Saúl, José Velman y Jaime Velasco Bejarano y algunos vecinos para ver qué lograban rescatar de la tragedia. No fue mucho, sólo algunas cuantas gallinas que sobrevivieron encaramadas sobre unas estibas de madera. Lo demás se perdió: las gallinas ponedoras y las cinco toneladas de alimento que en las horas de la tarde habían traído desde Concentrados Carvajal.
Como tituló un diario de la época, en Yumbo sobró el pollo, porque lo que de manera inicial fue una muestra de gratitud hacia la gente que le ayudaron a Saúl Velasco y sus hijos, pronto se volvió abasto abierto para quien quisiera coger una gallina ahogada y llevársela para su casa. La romería de personas entrando hasta el fondo de la granja a sacar gallinas fue suspendida cuando alguien le hizo caer en la cuenta a Saúl que si las vendía, podría recuperar parte de la inversión. El precio de un peso por gallina hizo que en las afueras de la granja se formaran largas filas de yumbeños ansiosos de llevar una de ellas para sus casas.
Bomberos, damnificados atendiendo damnificados
Dos cuadras más abajo de la granja de Saúl Velasco la gente no salía del asombro al ver cómo el cuartel de bomberos también había resultado afectado con la crecida del río Yumbo. Las aguas, luego de tumbar el puente vehicular de la calle 3ª, entraron por la parte de atrás y con su fuerza arrastraron por varios metros, carrera segunda hacia abajo, las pesadas máquinas parqueadas en el patio.
Pero a los bomberos su vocación de servicio no les permitía sentarse a llorar al ver su cuartel inundado ni que las pérdidas ascenderían a los cien mil pesos, y con las pocas manilas que lograron arrebatarle al río salieron a atender a los damnificados.
Una cuadra abajo otro viacrucis iniciaban los dueños de la empresa Narqui, los hermanos Guillermo y Jaime Cortés Montaño que en 1973 y 1974 estaban pavimentando las calles de Yumbo mediante contrato con la Administración Municipal.
En la esquina de la carrera 2ª con calle 6ª, en el espacio público de la ribera del río, los hermanos Cortés Montaño habían montado el campamento de las obras de pavimentación donde guardaban la maquinaria pesada y dos camionetas. La fuerza del agua arrastró las camionetas y las arrumó de manera inservible media cuadra más abajo, al frente de las casas de las familias Quijano Sánchez, Sánchez Medina y Sánchez Benavides.
Una vez pasó la avalancha y ante la magnitud de los daños ocasionados, muchos agradecieron que la empresa Narqui hubiera construido a la altura del barranco de la ribera del río la mezcladora de concreto con que cargaban los camiones que partían hacia los frentes de trabajo. De no ser por ese muro, la fuerza del agua hubiera arrastrado todas las casas de la acera derecha de la carrera 2ª entre calles 6ª y 7ª, entre ellas la famosa escuela de doña Benilda Bejarano de Hernández.
La madrugada del jueves 25, entre tinieblas y gritos de angustia
El río embravecido siguió su curso hacia abajo en busca del río Cauca y antes de llegar allá entró a la empresa Curtiembres Titán, afectando la maquinaria y llevándose gran cantidad de pieles. Conforme avanzaba, iba reconociendo y recuperando su antiguo cauce. Sus aguas ya habían saludado con violencia lo que antaño fue La Planeta, sitio donde hoy se encuentra el cuartel de Bomberos. La carrera 2ª, parte de la carrera 3ª y la carrera primera norte, que algún día fueron su cauce también fueron visitadas por el río; un poco más arriba de la calle 8ª, los más viejos recordaron el barranco y los chiminangos desde los que clavaban en los charcos que se formaban en lo que hoy es la carrera 2ª.
El río Yumbo, con toda el agua que se había represado arriba en La Planta también volvió a llenar el charco de La Cortina en la calle 14 antes de llegar al puente del ferrocarril. Todo ello hubiese sido muy romántico y haría añorar lo que fue el Yumbo de antaño, de no haber sido por la estela de destrucción y muerte que dejaron las furiosas aguas del río Yumbo a su paso por el casco urbano.
Se dice que fueron 200 familias damnificadas, 25 heridos graves que debieron ser atendidos en el Hospital Departamental porque el de Yumbo no tenía cómo hacerlo, y oficialmente se habló de dos muertos: el niño Luis Alberto Rengifo Prado, de 9 años de edad, y la señora Rosa María Morales de Palacio, de 25 años, aunque de manera extraoficial se dijo que eran 15 las personas desaparecidas. Las pérdidas, según las autoridades, pasaron de los 30 millones de pesos y más de 30 viviendas fueron arrasadas.
El alcalde de la época, Luis Víctor Jaramillo nombró un comité de ayuda para los damnificados que fueron ubicados en las sedes educativas de la Antonia Santos, Manuela Beltrán y Elías Quintero y el antiguo local donde funcionó el Liceo Comercial en el parque principal. El comité estuvo integrado por Celina Caicedo de Arango, presidenta; Evelio Acosta, vicepresidente; presbítero Manuel Richard, fiscal; Arturo Delgado, tesorero; Luis Eric López y Marina Tobar, secretarios.
Sin embargo la gravedad de la situación originada en la avalancha del río Yumbo llevó a que la Administración Municipal formalizara tal comité mediante el Decreto 024 del 27 de abril, estableciéndolo con las siguientes personas: Arturo Delgado, Camilo Toro Pérez, Tomás Urresta, Agustín Velasco, Celina Caicedo de Arango, Irene Ferrerosa de Delgado, Luis H. Tobar, Miguel Rodríguez, Mercedes Naranjo de Rodríguez, Noé Torres, Santiago Espinosa, Carlos Ariel Nieto, Guillermo Ortiz, José Ángel Bejarano, Gustavo Quijano, Vladimir Mosquera, Luis Eric López, Moisés Jaramillo, Gerardo Elías Cardona, Carlos Romero, José Vicente Pérez, Benjamín Pérez, Joel Bueno, Samuel Arango y Pedro Pablo Mosquera.
La avalancha de la medianoche del miércoles 24 de abril de 1974 tal vez ha sido la mayor tragedia que haya sufrido Yumbo. En aquel entonces se dijo que hacía 35 años no pasaba nada igual, otros dijeron que la última había sido en 1964. Hoy son pocos los yumbeños quienes se acuerdan de aquella noche y una gran cantidad de habitantes de Yumbo tal vez ni siquiera lo sepan.
Hoy, como testigo mudo, queda el barrio Municipal que surgió para dar albergue a los damnificados. Fueron 100 viviendas modulares las que el alcalde León Darío Trujillo y el gobernador del Valle, Marino Rengifo Salcedo, entregaron el 4 de febrero de 1975. Hoy, como hace 40 años, las cuencas de Yumbillo y Santa Inés siguen erosionadas, el río Yumbo con menos agua e igual de manso…
Por Juan de Dios Vivas-Satizábal, director www.todosesupo.com.