Pensando en la experiencia de muchos amigos que ya han pasado las cuentas de la primera guasca de la vida, les comparto un artículo que espero sea de interés para todos. En cuestión de edad, la clave está en que aprendamos a descubrir ese sutil encanto que se esconde tras los años.
Por estos días un amigo mío llegó a sus sesenta años, otros ya lo han hecho y algunos, como yo, nos acercamos a esa venerable cantidad. El llegar a esta edad es un gran logro, si tenemos en cuenta que muchos de nuestros amigos, condiscípulos, compinches y compañeros de viaje, ya se apearon del bus de la vida, en situaciones difíciles que nos tocó vivir en los años 80.
Como dicen los expertos, el llegar a los 60 años o más, no debe ser motivo de depresión y menos pensar que todo se acabó y que solo resta sentarse en el andén de las casas o en el parque a esperar que la vida llegue a su fin.
De manera jocosa, hace años le escuché decir a un adulto mayor:
– Vea, mijo, la vejez no se mide por el color del pelo, sino por el calor del palo.
Por eso, la invitación que formulo a mis amigos y amigas que frisan o ya están trasegando el sexto piso o más, es que veamos la vejez con otros ojos, reconociendo que más allá de las limitaciones físicas, las arrugas y las canas hay ventajas que debemos aprovechar y que incluso personas de menor edad podrían llegar a envidiar.
Todo es cuestión de reconocer que a nuestra edad, como en los niños o jóvenes, hay un verdadero tesoro que permite disfrutar la vida de otra forma. Por eso los profesionales de la salud nos recomiendan a quienes ya andamos en los 50, 60, 70 u 80 años, a conocer las razones por las cuales hay que pensar que llegar a estas edades no es una tragedia, sino una gran bendición.
La sabiduría.
Conocimiento basado en las experiencias vividas a lo largo de los años, que permite tener muy claro lo que se quiere y lo que es bueno o malo. De esta forma, se puede actuar con mayor decisión y seguridad, midiendo las consecuencias de los actos, con menos riesgo de equivocarse y meterse en problemas.
Reencuentro con uno mismo.
Hay tiempo para conocerse mejor, reflexionar sobre lo que se hizo o se dejó de hacer en el pasado, recapacitar y hacer cambios de comportamiento que quizás en etapas anteriores nunca fueron posibles.
Agenda propia
Cada quien planea su día como quiere, de acuerdo a como le gusta o le conviene más, porque ya no hay que ir a trabajar, ni atender a los hijos para que vayan a estudiar. Entonces hay libertad para decidir a qué horas levantarse y acostarse, si se hace siesta o no, en qué momento se hacen las diligencias, se escucha música o se atienden las visitas.
Tiempo de volver a aprender.
Es la época propicia para aprender algún arte, hacer deporte o dedicarle tiempo a lo que más nos gusta. Se pueden emprender proyectos que no se concretaron en la juventud, incluso con más dedicación.
Oportunidad para viajar.
En esta etapa, cuando ya hay el tiempo, la libertad y el dinero suficientes, puede ser la oportunidad para hacer maletas y hacer realidad el viaje soñado, conocer otras culturas y/o visitar a los familiares o a los amigos que no se ven hace años. Al fin y al cabo las vacaciones se las da uno mismo, sin límites y sin el estrés de tener que regresar a cumplir de nuevo con las obligaciones.
Estabilidad económica.
No hay que estar pensando en producir, invertir o idearse estrategias para ganar dinero, porque ya se recogen los frutos de lo que se cosechó en años anteriores. Por lo general, ya hay un patrimonio hecho, del cual se puede echar mano para sobrevivir.
Se trabaja por vocación, no por obligación.
Cuando se quiere, bien sea por ocupar parte del tiempo o sentirse útil, se puede seguir trabajando en las últimas décadas de manera independiente, pero en casa, sin la presión de que se necesita el dinero, con un horario más relajado y solo por algunos días de la semana. Con una ventaja adicional, uno mismo es el jefe.
La tranquilidad.
Definitivamente es la época en que hay menos preocupaciones, porque ya se han cumplido muchas de las metas personales, familiares y laborales. Las cosas se toman con más calma, se sabe esperar y no hay afanes, por lo que también se sufre menos estrés.
Las relaciones personales se fortalecen.
Como hay más tiempo libre y menos obligaciones, se afianzan las amistades, pero siendo mucho más selectivo que en el pasado. Se tienen pocos, pero buenos amigos. Esto reduce la posibilidad de sufrir depresión, asociada al aislamiento.
Se valora más la familia.
Compartir con los hijos, darles un consejo, contarles una historia a los nietos, comer en familia, son momentos que llenan de satisfacción. La familia y sus necesidades son prioridad para el adulto mayor.
Hay un sentido práctico de la vida.
A esta edad se disfruta de lo que se tiene sin estar pensando en lo que no hay. No se añoran lujos ni grandes placeres, porque la felicidad se obtiene con pequeñas cosas. Basta con sentirse cómodo y seguro. Además, lo espiritual prevalece sobre lo material, de ahí que se encuentre fácilmente refugio en la oración.
La autoestima aumenta.
Ser adulto mayor es sinónimo de logros que llenan de orgullo, de valores cultivados durante años, de autonomía y de un trabajo ya hecho, lo que aumenta el amor hacia sí mismo.
Bienvenidos, amigos y amigas al Club de los Sesentones.
Por Modesto Alajillo para www.todosesupo.com.
Con información publicada en el diario El País de Cali, con el aporte de Frauky Jiménez, psicologa especialista en terapia sexual y de pareja. Fanny Carmona, especialista en pareja, familia y terapia individual.