En medio del extenuante calor y la vocinglería de los aquí reunidos, se escuchan las sonoras melodías de una flauta, y al ritmo de cumbia y aires andinos crece la audiencia, frente a la puerta principal de la gobernación de mi amado Valle del Cauca.
“¡Agua, tinto, cítricas, a la orden!”, es el estribillo de la pequeña y regordeta mujer que, paso a paso, empuja su pequeño carrito, lleno de dulces, termos, botellas y un sinfín de productos.
Lentamente volteo el rostro hacia atrás y de nuevo al frente, y es cada vez más nutrida la audiencia: en un lado, los hombres; en otro, las mujeres. Cada quien con sus penas y cuitas a cuestas, esperan que se abra la puerta para ingresar al llamado Palacio de San Francisco, ¿será acaso por la proximidad de la iglesia que ocupa el sitial opuesto de la plazoleta?
Veo hoy un nuevo personaje, un hombre joven, menudo, de andar rápido y nervioso, separando hombres de mujeres y ubicando a cada uno en sus respectivas filas. No están hoy el amaestrador y su perrita bailarina, ni la sobreviviente del Sida, ni el imitador con su micrófono y parlante, cuyos diálogos ya conocemos de memoria. No aparece en escena el músico aquel, quien con sus instrumentos originales: ollas, tarros y demás, brinda a esta audiencia un popurrí de música bailable, pero sí está quien ofrece y promociona préstamos a bajos intereses, y a ningún parroquiano le interesa este ofrecimiento.
Allí de pie, con sesenta y nueve años y nueve meses de existencia, muchos de ellos dedicados a la docencia, cansada y hambrienta, observando este escenario me pregunto: ¿conocerán los gobernadores y jefes de despacho, este escenario y estos actores? Unos hablan de pagos, otros de pensiones perdidas, los impuestos son muy altos, dicen otros. En silencio les escucho y quisiera unir mi voz y mi lamento a la de todos ellos y gritar a los cuatro vientos “¿Cuándo me resolverán lo de mi pensión”, “quiero y necesito mi pensión”. Han transcurrido cuatro años desde la radicación de los documentos para obtenerla, y aquí en estas dependencias del Palacio de San Francisco, nadie resuelve nada, se pierden los documentos (los míos por espacio de un año), cada tres meses cambian al jefe de prestaciones sociales, y vuelve la burra al trigo, esperando respuesta y todo es fallido. Transcurre el tiempo, el cansancio, la apatía se apoderan de mi alma, decepcionada y dolida me pregunto: ¿será esta la última vez que vengo a mendigar mi pensión?
Se abre la puerta, y sintiéndome arrastrada por la audiencia, dejo a un lado mis cuestionamientos y ubicada en la realidad de una fila en movimiento, doy gracias a los saltimbanquis de la Gobernación, por distraerme y hacer más corto el tiempo de la espera, mientras llega el momento de enfrentarme a los payasos, teatreros y saltimbanquis de adentro de las oficinas y escuchar sus absurdas y falsas respuestas, para esta cansada maestra, que solo desea descansar ya, y recibir los ahorros acumulados en la dura tarea de alfabetizar chiquillos.
Desde estas líneas lanzo mi clamor al cósmico pidiendo que alguien se conduela de los maestros y maestras vinculados bajo el Escalafón 1278, seres que pierden todo el tiempo y ahorros acumulados para su pensión, y quienes tan solo recibirán este emolumento basado en los diez últimos años de servicio, y el monto final a recibir será el 65% de lo acumulado, después de trabajar por espacio de veinte años.
Por Clara Isanoa Azcárete(*) para www.todosesupo.com
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