Crónica y fotografía Wirley Cabrera Rubio para www.todosesupo.com
Era extraño llegar a un sitio donde la tragedia había marcado a miles de familias armeritas. No conocí Armero ni había nacido ahí, pero siendo niño me impactó lo que sucedió en este municipio del Tolima.
Cuarenta grados bajo la sombra, una temperatura indomable, marcaron mi descenso de la flota, vi en ese instante con ojos expectantes y silenciosos lo que en realidad el poder de la naturaleza había ejercido en 1985 sobre ese blanco pueblo de arroz y algodón, de gentes morenas quemadas por el implacable sol. Una tragedia anunciada por los geólogos extranjeros, pero como lo sucedido en el Palacio de Justicia, ineptamente ignorada por el presidente de turno, Belisario Betancur Cuartas.
En la mañana de este viernes 13 de noviembre de 2015, más de veinte mil personas aglomeradas en todos los puntos del antiguo Armero: curiosos, vendedores ambulantes ofreciendo todo tipo de comidas y bebidas, recuerdos fotográficos y video gráficos de la tragedia, turistas de todas las latitudes, prensa nacional y extranjera, fuerza pública, Cruz Roja, Defensa Civil, parecía otra tragedia, esta vez la de vagar en el recuerdo y reconciliarse con el corazón y el espíritu.
Después de observar detalladamente y elegir mi rumbo, avancé unos 500 metros por una calle gris, empedrada con pequeñas y medianas rocas volcánicas valiosas en aspecto geológico y antropológico, llegando así a la plaza principal o su escaso recuerdo físico llamada Los Fundadores. En una de sus esquinas descansaba de su letargo la cúpula de la iglesia, mientras varios feligreses recordaban las anécdotas de su infancia o adolescencia, los matrimonios, las misas de Navidad, las fiestas patronales…
Varios rostros comenzaron a reconocerse entre los miles, rostros de personas que luego se entrelazaban con largos abrazos cargados de sonrisas y lágrimas, resultando muy conmovedor todo aquello que traía a sus cortas memorias, narrando como si fuera ayer mismo, su dramático desenvolvimiento cuando la lava de azufre, agua, lodo y piedra los estremecía de su sueño, recordaban a las familias enteras, a los amigos que jamás volverían a ver, llevándose con ellos sin contemplación alguna los recuerdos, el amor, la felicidad, la esperanza y el futuro. Doloroso pero real.
El camino también me fue conduciendo hacia un tumulto de personas frente a un mediano muro lleno de ángeles, velas y pequeñas placas de acción de gracias a la niña santa de Armero, Omaira Sánchez. Este fue el lugar donde falleció, después de tres días de lucha contra la muerte, la niña que se convertiría en la imagen de la tragedia.
A lo lejos y sectorizados en varias partes del gran campo, varias cruces enderezadas, otras caídas, oscuras, sin fechas ni nombres. Seguidamente, monumentos, esfinges y criptas con numerosos nombres que concordaban en sus apellidos, muestra de familias enteras que desaparecieron con la avalancha.
La bóveda del Banco de Colombia está ahí, aún intacta, protegida por la maleza, preservando esa urna de metal oxidado que guardó por mucho tiempo la prosperidad de Armero.
El sol no menguaba su tenaz azote en el mediodía armerita, el cuerpo pareciera desfallecer. No es fácil para todo el mundo estar en un clima tan fuerte como el de una región a una altitud de 300 metros sobre el nivel del mar, pero escuchar a la gente y su memoria es fascinante. Escuchar, por ejemplos, los lamentos de por qué no haber creído en la maldición de un sacerdote conservador antes de ser asesinado en la plaza principal de Armero en 1948, tras la muerte del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán.
Cayendo la tarde y luego que bajara un poco el sofoco, recorrí unas 15 cuadras de oriente a occidente observando el gris paso de la tragedia, las estructuras que no se rinden ante la maleza, el olvido y el dolor. Esos trozos de paredes y muros nos recuerdan a los armeritas que murieron con la furia del volcán eran gentes prósperas, amables y alegres.
Ahora Armero pasa a ser un lugar histórico, espiritual y de reflexión de la conciencia y responsabilidad humana, un referente permanente para la interpretación de la tragedia y el error humano, donde las lecciones del legado se proyecten a un futuro promisorio. Wirley Cabrera. Gestor cultural radicado en Yumbo. Director ejecutivo en la Fundación Cultural y de Investigación Histórica Huellas Ancestrales; escritor, dibujante, gestor cultural, investigador en historia y cultura.