Por Lucas Montero
Para Ayda Sixta.
Hoy todos los recuerdos convergen hacia ti. Te marchaste, pero no te has ido, quedan tus palabras, porque siempre quedan las palabras sabias.
Como no recordar estas, tal vez una de las más socarronas que me hayan dicho en la vida: “Probablemente te den la visa cuando te vuelvas a presentar y hables lo justo”. O cuando en la penosa transición que te acometía, me decías como para no desanimarme por impulsarte a que hicieras otro viaje donde tus hijas en Estados Unidos, tú que si tenías visa y a quien visitar, me respondías: “Yo he viajado mucho y ya no quiero viajar allá, el viaje mío es más cerca, muy cerquita al bar “la última lágrima”, por los lados de la diez y seis” y lo decías serio sin sonreírte siquiera.
Una semana antes de que fueras internado en la clínica, te animaste a jugar una partida de dómino, para que tu nieta, mi hija, a quien querías tanto, aprendiese un poquito de tus mañas de jugador taimado -de esos que “usan la técnica”-, así nos decías cuando ganabas la partida, jugaste tranquilo, pausado, ganaste como era lo habitual, y yo esperaba tu frase de cierre; “cómo quieres que te fría mi pescado, ¿con aceite de hígado de bacalao.?” Vicky esperaba oírla, pero esta vez se te fue también de la mente y no dijiste nada más. No jugamos más, pensarías que esta partida se acabó y era la última.
Tu esposa e hijos han expresado mejor que nadie el afecto y los sentimientos que les embargaban al verte sufrir, al verte paliar con entereza tu destino. Hoy recuerdan con lágrimas en sus ojos y congoja en sus corazones la alegría de los buenos momentos que les brindaste, tu ejemplo de patriarca en el hogar, la admiración que te profesaron, serán el aliciente para no olvidar esos momentos felices que les hiciste pasar.
Fuiste único y especial para ellos y para quienes llegamos a tu hogar. Grandes palabras tenías y ya no las escucharemos más allá de tu recuerdo, y así se cumplirán tus profecías: nos tocará hacer un nuevo nido a cada uno de nosotros, porque ese lema también se cumplió, “cada pájaro en su nido”.
Espero que en el lugar del tiempo eterno, donde sólo moran los recuerdos y desaparecen los sufrimientos terrenales, sigas jugando a iluminar la mente de quienes te conocieron, alumbrando la luna de sus recuerdos y remembranzas.
Para los cristianos el paso de la vida a la muerte es un invertir de la biología, se va de la muerte a la vida eterna, es bella esa paradoja que encarnas. Esa es la fe, la energía que te aferra a la esperanza.
No has necesitado de la alta noche para ser el espejo donde se mira el rostro del dolor, ni la alucinación del vértigo que nos obligue a cubrirnos con la manta esperando el clarear del alba en nuevo día, no, has sido una sonrisa bonachona que se dibuja en tu cara con cada noche de ausencia.
Has nacido al mito, para que los tuyos canten el canto de tus aciertos, del orgullo que te profesan: tu esposa, tus hijos y nietos, tus familiares y amigos que por ti hoy se congregan. Porque las alas de la muerte te elevaron a leyenda.
Alguien se preguntará: Cuál es el verdadero sentido de la vida? Yo creo que la mejor respuesta la diste tú, vivir rodeado de los tuyos, amarlos sin cansancio, brindarles lo mejor que podías dar, sin olvidar ser cariñoso. Por eso aunque el juego acabó en esa última partida, fuiste el ganador.
Yo me conformo con escribir este poema que me ha tenido ocupado cada noche, como cuando sabía que al final la partida de dominó la ganarías. Creo que esta mano que juego se termina también con estos versos:
La dama intempestiva jugó sus cartas
Por Lucas Montero
La dama intempestiva jugó sus cartas
Y yo ya estaba cansado de esta mano
Su mirada en mi mirada, se clavó
Y, mis manos ya no son tibias.
Tiemblan al destapar mis cartas
Le agradezco el pan que masticó, para mí.
Tal vez para el mundo represente
Sólo un cadáver en la esquina,
Un héroe solitario en mí mismo.
Tal vez fuera ella la recompensa de esperar.
Vuelvo a ti, dama, en cada uno de mis sueños,
A disfrutar ya de un trabajo sin recompensas.
Quizás nunca aprecies la ignorancia nativa,
Y vuelva a ti, dama de mis sueños
de la misma forma en que el rocío vuelve al mustio musgo.
Sé que ya has tejido el olvido,
Sé que en cada puntada en que me envuelves,
Tus ojos carbones encendidos
Vieron todo de mí, excepto:
El anhelo de no ser visto.
Palabras en el aniversario del sensible fallecimiento de Tulio Mario Tello Álvarez. Martes 1 de diciembre de 2015. Eucaristía seis de la tarde en el templo parroquial de San José Obrero, barrio Uribe de Yumbo.