Por Juan de Dios Vivas-Satizábal para www.todosesupo.com
El sábado 28 de septiembre de 1985 los enemigos agazapados de la paz, escondidos tras de sus escritorios de burócratas, resguardando su dinero mal habido, azuzaron a sus secuaces que, cuales perros rabiosos, salieron a ocultar las detonaciones de las cinco balas fratricidas detrás de los tronantes, sacaniguas y voladores que esa noche se quemaban en el parque principal, en honor del patrono de los yumbeños, el Señor del Buen Consuelo.
Recién habían sonado las seis campanadas del reloj del templo parroquial, y aún faltaba el repique final para anunciar lo que sería la víspera de la fiesta patronal con quema de vacaloca y castillo pirotécnico al finalizar la Misa, y Dionicio Hernán Calderón, lejano a estas celebraciones y con el derecho ganado tras una semana de trabajo, sentado estaba en la sala de su casa del barrio San Fernando, oyendo música, pegándole al guateque que tanto le gustaba…
Lo que pasó esa noche, muchos lo conocen. Lástima que a estas alturas de la Historia, desconozcamos los nombres de los autores materiales y los determinadores del crimen cometido contra todos los yumbeños en la humanidad de Hernán Dionisio, como me gustaba llamarlo.
También, a veces, contra su disgusto, le decía Llamarada, como cariñosamente le llamaban los más cercanos. Tuve la fortuna de conocerlo cuando en mis años juveniles entré a trabajar como trabajador oficial al Municipio de Yumbo; y con esa inveterada manía que tengo de querer conocer el porqué de las cosas, hablé con los obreros más viejos del Municipio para que me contarán el origen de la chapa que cargaba.
Cuentan que todo se debió a que Dionicio, recién entrado a trabajar como obrero, en la bocatoma del acueducto municipal le metió candela a una basura depositada en una caneca, sin darse cuenta de que en ella había alquitrán, lo que originó una gran llamarada. Sin embargo, hay quienes dicen que el asunto fue en otra parte, mientras calentaban alquitrán para calafatear un tubo de acueducto, donde Dionicio casi origina un incendio. Lo cierto fue que quedó como Llamarada, ese hombre de ojos grandes que parecían siempre abiertos, con los que observaba el transcurrir del día a día yumbeño.
Dionicio llega a Sintramunicipio
Dionicio Calderón llegó al Sindicato de Trabajadores del Municipio de Yumbo en la época en que primaban las viejas costumbres de una organización marcada por la influencia de los directorios políticos tradicionales, aquellos que atemorizaban a los obreros con el cuento de que el viernes, día de pago, recibirían la paloma, entendida esta como la carta de despido. Llegó, pues, a la organización sindical empezando desde abajo. De hecho, al principio fue elegido como directivo pero no como presidente, cargo que tendría tiempo después.
Sobre Dionicio también pesaba la angustia semanal de preguntarse si seguiría como obrero, o si los caprichos politiqueros le mandarían a trasegar las calles mal pavimentadas de Yumbo, angustia común a todos los trabajadores y empleados del Municipio. Por eso, estando como directivo sindical, se propuso que más que buscar aumentos salariales, se debería propender por la estabilidad laboral en el Municipio de Yumbo. Y a fe que lo logró en la negociación del pliego de peticiones de 1978, cuando se estableció un régimen disciplinario; así como también lideró la consecución del lote para que los obreros tuvieran donde construir su casa.
Como obrero que yo era, no me le medí a coger lote; eran otras calendas, otros proyectos en los que andaba, amén de que a muchos nos parecía demasiado lejos donde se estaban levantando los cambuches de los obreros del Municipio. Además de lejos, en épocas de lluvia el lodazal impedía un buen caminar; por eso muchos no le jalamos a irnos a vivir a Bolloliso, como le decíamos jocosamente entonces, hoy uno de los mejores vivideros de Yumbo, como quiera que lo es el barrio Dionicio Hernán Calderón.
Para Dionicio toda lucha, todo logro tenía sentido en la medida en que sirviera para devolverle la dignidad al ser humano. Por eso, a los jóvenes de entonces, nos regañaba cuando le dábamos rienda suelta al jolgorio y a la fiesta. Insistía en la preparación académica que debíamos tener junto con nuestras familias; y por eso también peleaba por los auxilios educativos, no solo para los obreros sino también extensivo a todo el grupo familiar, beneficio del cual aún gozan los servidores públicos del Municipio de Yumbo.
Tendría que escribir demasiado para contar lo que fue el devenir sindical de Dionicio Hernán Calderón en su corta pero efectiva vida; esta pequeña crónica no da para contar, entre otras cosas, de su preocupación por la organización sindical para que tuviera una cómoda y funcional sede, además de una ambulancia, para servicio de los obreros y la ciudadanía en general…
Dionicio, el amigo
Dionicio Hernán fue comunista, de bandera roja, hoz y martillo, de venta y lectura semanal del periódico Voz Proletaria y la revista Sputnik publicada por la Agencia de Prensa Novosti de la Unión Soviética. Yo, en cambio, siendo lector del periódico y revista del Partido, nunca fui comunista ni nunca llegué a serlo.
Sin embargo, a Dionicio y a mí nos unía un mismo objetivo: la dignidad para todos los pueblos. Con él canté La Internacional, claro que callando por mi parte la estrofa aquella que dice Ni en dioses, reyes ni tribunos, está el supremo salvador… Él sabía que yo sí creo en Dios, supremo Creador, y en Jesucristo, supremo Rey y Salvador.
Pero eso, nuestras diferencia ideológicas y de comprensión del mundo, nunca fue óbice para nuestra amistad. Mi profesión de fe en el cristianismo y catolicismo no impidió que él me prestara los megáfonos del Partido Comunista y los del Sindicato, cuando salíamos los catequistas de los años 70 y 80 a arengar, por ejemplo, a los recogedores de algodón para que lucharan por una mejor paga en el kilo recolectado, o a denunciar los contratos leoninos de la Administración Municipal, o la falta de agua potable en los barrios de Yumbo. O cuando también, en las procesiones de Semana Santa, fustigábamos aquel médico que fue alcalde de nuestro pueblo y que lo dejó en la bancarrota, a finales de los años 70.
–Estos cristianitos…, me decía, y me pasaba el megáfono.
Dionicio Hernán sabía que estábamos tirando para el mismo lado. Él, formado en el Materialismo Histórico, nosotros en la Doctrina Social de la Iglesia; él, siguiendo la doctrina de Marx, Lenín y Engels, nosotros a la Santa Biblia y los teóricos de la Teología de la Liberación, con Helder Camara, Ernesto Cardenal y el recuerdo lejano de monseñor Valencia Cano. Más antes, un cura que no se fue para la guerrilla, en las clases de filosofía que daba en el Liceo Comercial nos había puesto a leer La Pedagogía del Oprimido de Paulo Freire…
Hoy, muchos años después no puedo menos que poner de presente la mentalidad abierta de Dionisio Hernán. Fue amigo de todos los actores políticos, incluso de aquellos a quienes consideraba contradictores, pero no enemigos. Lo asesinaron las balas de la intransigencia, la intolerancia, las mismas que acabaron con el sueño de miles de colombianos…
Dionicio Hernán Calderón, por siempre te recordaremos.
Fotografías tomadas del Facebook de Gustavo Lenis Bejarano; a él, mil gracias.
MUY BUENA CRONICA