Los espectáculos del Circo son comunes desde que los emperadores como Calígula los hicieran tan populares en Roma, incluyendo danzas mortales, combates entre gladiadores y hasta desfiles exóticos. Las fiestas de disfraces modernas también lo son.
Ellos –me refiero por supuesto a los emperadores- fueron más allá de sus quehaceres, para mantener el interés del populacho y entretenerles, dándole rienda suelta a la diversión con lo que ha pasado a la historia como ¨pan y circo¨ para el pueblo.
Desde entonces, no hay un solo gobernante, jefe de oficina, rector de colegio o alguno que otro que ejerza el poder, que no se sienta con el derecho de Calígula a dictar cátedra de comediante de circo romano.
Para esta fecha en oficinas, empresas y colegios se les venera como a antiguos Césares, como supremos sacerdotes de la creatividad del traje o del mejor disfraz, como sólo se vitoreaban a los gladiadores. Pienso que ellos se sentirán como si fuesen adoradores en el altar romano antiguo. Tan contundente es el sentido comercial de la gente de hoy que decidió asumir como propia la Fiesta de los Niños o Halloween, desempolvando una vieja tradición nórdica -adoraban brujas allá, eso dicen- , pero eso sí a la manera del ¨populo¨.
En nuestras comunidades educativas los sueños por las efemérides, aquellas no desaparecen del todo. Los profesores, estudiantes y padres de familia contemporáneos han decidido emular este jolgorio, los llaman la Fiesta de los Niños y constituye parte importante del currículo, un infaltable, desde luego.
Fiesta que se respete tiene sus mejores atuendos, con sus representaciones y figuras en cada salón de clases; con sus personajes propios e importados –especialmente de la pantalla chica-, los más cercanos a su cotidianidad. Suelen llegar debidamente acicalados por el padre, la madre, el hijo y el espíritu báquico de la clase. Lo curioso es que ya forma parte de la Escuela, como el día del Idioma o una fiesta patria más.
Y yo me pregunto: ¿qué tengo que celebrar esta noche, en esta fecha?
Tal vez eso que nací viejo, que como dicen ellos mientras el muchachito que llevan por dentro se les asoma y lo tienen que disfrazar para que no se note su rostro, yo me veo como soy, un viejo. O tal vez, porque esta es la fecha en que los espíritus de todos los juglares, bufones y payasos que han desaparecido en el conjuro de una carcajada se salen del interior de nuestros pechos, donde los hemos confinado como pobres Garricks.
La verdad a mí sólo me aflora mi bufón interno con cerca de tres litros de alcohol. Entonces si miro su rostro en el espejo de Tollens del laboratorio, de ese quién hace muy mal papel de educador, nada que ver con los otros, los que sí son buenos y cumplen, a los que hoy tenemos que aplaudir, a los señores serios que de pronto se vuelven como el marqués de Sade y a las señoras bien que rinden tributo al rímel de sus retratos y ejecutan como si nada la faena de liberar sus secretos sueños de adolescentes tardías.
En fin, que siga la Fiesta de los niños y el ágape de los reflejos de los otros niños grandes que los cultivan silvestres, en esta sociedad que lo importa todo, incluso su propio pan y circo.
Lucas Montero.
Por Lucas Montero para www.todosesupo.com.