Por: Carolina Quintero Prado para www.todosesupo.com
El vigilante de las bóvedas
El sepulturero del pueblo…
El que ya no sepulta muertos…
El que todos recordamos parado
en las puertas del cementerio…
Casas de paja, pequeñas chozas construidas en la mitad de inmensos solares, por donde se abría paso “la acequia”…, largas calles que conducían a “el Higuerón”, al río Cauca y al solar que ahora es el cementerio, deshabitado durante años, a principios del siglo pasado, y al que Arellano, como todos lo conocen, Eduardo Arellano, llegó a trabajar porque nadie había sido enterrado.
Sentado en un andén de la calle 12, con sus pequeñas piernas tratando de tocar el asfalto, frotándose levemente su cabeza, deja escapar una sonrisa al recordar aquellos tiempos en los que, de niño, corría para la pieza donde dormía en la “casa vieja” y se escondía debajo de la cama, con la cara pegada al piso para no tener que ver los espantos de los que hablaba la gente en horas de la noche, a la luz de una vela a punto de agotarse, para dar paso a una oscuridad a la que temía. “En tiempo de antes se veían muchas cosas raras, espantos, candilejas, la llorona, se oían las ánimas que salían rezando a la calle en procesión… en tiempos, en el otro tiempo”.
El cementerio de la brujería…
Abriendo sepulturas grandes, pequeñas, desyerbando, botando basuras, atendiendo la gente que llegaba a comprar una bóveda para un entierro, así se la pasó desde el año 35, caminando de un lado para otro, regando las flores de los muertos que nadie visita…
A través de sus pequeños ojos, que hoy lucen cansados, veía procesiones de gente que caminaban hasta la fosa común, el lugar de los hechizos, de la magia, de la brujería…, “y una vez llegaron dos señoritas muy bien, de la jay, con mucha cartera, mucho guante y todo eso. Se pararon en una tumba y me preguntaron a mí, vea viejito dígame usted cuáles son las sepulturas más abandonadas que no tienen quién les ponga un ramito de flores, ni nada de eso. Pues caminen yo las llevo adonde hay una. Entonces se quedaron allí rezando al difunto, yo me vine pa’acá, pa’la puerta, pero yo echándole ojo a ellas: cuando dieron las 12 del día, ellas buscaron un palo, escarbaron, hicieron un hueco y aventaron una fotografía de un matrimonio. Eso llevaba revuelto sal, café, azufre, todas esas cosas, hasta unos interiores de una mujer sucios”.
El cementerio del más allá…
La fosa común…, el lugar al que pocos arriman a rezar… Un enorme hueco, hondo, de tierra café que se reseca constantemente ante el inclemente sol. En el depósito de cadáveres olvidados, irreconocidos, un sábado, a las 12 del día…
–¿Qué estás haciendo allí Arellano?, le preguntaron dos jóvenes de su familia.
–Aquí destapando una bóveda para sacar los restos de un niñito…
–Ve, Arellano, ¿quiénes son esas dos que hay allá en la fosa?
–¡Yo no he visto entrar a nadie!
Voltié a ver y las vi, delgaditas, altas. Ánimas. Entonces yo les di la vuelta por acá y me voltiaron la cara, me dieron la espalda; yo pensé que me iban a hacer alguna cosa porque las estaba molestando, pero no me pasó nada. Antes de llegar a la esquina del cementerio del callejón, ahí se perdieron.
El Cementerio del formol…
Esta vez extiende sus manos, señalando en ellas pequeñas huellas de tiempos atrás, evocando con orgullo las veces que hubo de hacer levantamientos de cadáveres y prepararlos con dos libras de formol en el cementerio para darles sepultura.
El hombre de rostro redondo…, el sepulturero de Yumbo volvió al cementerio, pero no a trabajar… Sólo a estar allí. Permanece horas enteras a sus puertas, al lado del que considera su verdadero hogar.
Ahora, con cierto recelo mira los “alpargates” que debe utilizar para no maltratar sus pies, ciertamente hinchados por una extraña enfermedad que padece desde hace algunos años…, ni del traqueo de los huesos que creía escuchar cuando niño, ni de sus encuentros con las ánimas guarda algo de temor… quizá porque era el temor de la fantasía… o quizá porque nunca lo tuvo.
Nota del Editor: La crónica Arellano, el vigilante de las bóvedas fue publicada inicialmente en el periódico Gente, edición octubre-noviembre del 2003.