Por José Julián Mena Rivera para www.todosesupo.com.
Y finalmente, escribió: “Querido Julián; este libro que nos une en el dolor y en el amor por Luis Fernando y Daniel, y en nuestra fe en el poder de las palabras”, refiriéndose al libro que escribiera acerca del suicidio de su hijo Daniel, llamado Lo que no tiene nombre. De esa manera, terminó el encuentro, de casi dos horas, con Piedad Bonnett.
No podía evitar, mientras la veía, proyectar el rostro de mi madre en el suyo. Las dos, en circunstancias y tiempos diferentes, habían experimentado el dolor que deja la muerte voluntaria de un hijo. Una se llama Beatriz; la otra, Piedad.
Piedad Bonnett se casó a la misma edad que lo hiciera Beatriz; a los diecinueve años. Cada una se dedicó a cultivar su hogar y su profesión. Beatriz es madre de cinco varones; Piedad, de dos mujeres y un varón. Las dos no se conocen, es más, nunca se han topado frente a frente. Pero hay algo que las unirá hasta el último suspiro de sus vidas… El recuerdo vivo de un hijo que no está físicamente, pero que cada año, sea marzo o diciembre, será mencionado con la frase: “Este año mi hijo cumpliría ‘tantos’ años”.
Nunca la catarsis de un libro había sido tan prolongada y angustiosa. Las 131 páginas dedicadas a Daniel, eran la inmortalización de un ser, la prolongación escrita de lo físico, la vida eterna hecha palabra, la proyección del dolor compartido por muchas familias; era Luis Fernando, en otro escenario, en otra ciudad, con otra familia; era Sergio Urrego, Robin Williams, Andrés Caicedo, Virginia Woolf, Juan, Sandra, Pablo, Diana; era muchos, y todos a la vez.
Según el último informe de la Organización Mundial de la Salud del 4 de septiembre de 2014, cada cuarenta segundos se suicida alguien en el mundo. En el 2013, se tejieron en Colombia 1685 historias como estas, 216 menos que en el 2012, según el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses. Sin embargo, no podemos quedarnos en la exaltación de un número estadístico, porque detrás de las cifras hay familias que cargan con la dura cruz de la ausencia, pero sobre todo hay seres humanos que por una u otra razón se van, simplemente se van.
Si bien es cierto, que todos procesamos los dolores de manera diferente, casi siempre, el silencio sale vencedor. “La muerte, lo peor que hace, es que crea un silencio alrededor. Yo no me atrevo a hablarle a mi marido de Daniel, él casi no me lo menciona”. Intento hablar con Beatriz, mi madre, acerca de Luis Fernando, pero se ahoga en sollozos.
Cuando doña Piedad, como respetuosamente me dirijo hacia ella, mira la foto de Luis Fernando dice: “Muy bonito, tiene una mirada muy honda. Por lo menos tuvo el recurso de la poesía”. De la foto de Daniel, que acompaña la solapa del libro, Beatriz dice: “Muy joven, se parece mucho a la mamá”. De esa manera dos madres traspasan el concepto de la fotografía como “un mero dato o anécdota”, y reviven los recuerdos para darle movimiento a las imágenes, formas y nombres.
“Hace unos meses, una señora, de casi ochenta años, se paró en un auditorio y me dijo: ‘Yo quisiera darle las gracias por su libro, mi hijo se suicidó hace 35 años, y en mi casa nadie volvió a hablar de él, nadie volvió a mencionar ese nombre. Y yo entendí, leyendo su libro, que esa fue la peor forma del olvido. Tal vez por la vergüenza o, tal vez, por la culpa; él no merecía ese silencio’. Definitivamente, el silencio es la peor forma del olvido”, añade Piedad.
El temor de perder a alguien nuevamente, sea cual fuese la causa, las sobrecoge a las dos.
Son las tres y media de la tarde, sentado en el Café Diletto del norte de Bogotá, en la Calle 70 con 5, la veo llegar, en mi mano Lo que no tiene nombre y en mi libreta unas cuantas preguntas, que no precisamente centraran su atención en el dolor compartido:
¿Para quién escribe?
-Yo escribo para mí, como pidiéndome lo máximo que puedo dar. Es una relación mía con mi propio lenguaje.
¿En qué se inspira?
-Para los poemas me inspiro en un pensamiento, en una idea o en un sentimiento muy hondo que llega. Por ejemplo, mi hijo Daniel cumpliría años el lunes (24 de marzo), esos sentimientos quisiera que cuajaran en algo productivo, bonito, pero no es fácil. Hasta que no conecten con la palabra, el sentimiento no es nada; es solo un sentimiento como cualquiera del ser humano. Siempre estoy buscando la imagen y lo que quiero transmitir.
¿Cómo logró hacer de su vocación un estilo de vida?
-A fuerza de Tesón, he tenido un magnífico manejo del tiempo. Me he criado en la disciplina y he sido de dormir ocho horas.
Sin embargo, ¿cree que debió haber dedicado más tiempo a algo en especial?
-Habría dedicado más tiempo recreativo con mis hijos y habría hecho más ejercicio.
¿A qué le teme?
-Le temo a perder a alguien querido nuevamente, le temo a la enfermedad.
Una mujer como usted, imagino que nunca deja de soñar ¿Cuáles son sus sueños?
-Sueño que nunca se me quite el impulso de escribir, porque eso a veces decrece. Ahora, por ejemplo, estoy escribiendo poco y eso me asusta. He cumplido muchos sueños, he viajado mucho, mucho, mucho. Sin embargo, a veces, sueño con recogerme un poco. Vivir en una casa al frente del mar, porque me gusta el calor, el sol.
¿Que la detiene de cumplir el sueño de vivir en otro lugar?
-Que soy totalmente urbana, tengo una parte hasta frívola, mundana. Me gusta el cine, visitar librerías y la buena comida.
¿Sobre qué le gustaría escribir?
-Me gustaría escribir un lindo libro de poemas sobre la muerte de Danni. También sobre la enfermedad que tuvo, tanta gente maravillosa encerrada en los hospitales; poetas, pintores, gente inteligente y sensible metida en esos lugares aterradores.
Aunque debo admitir que lo pequeño me motiva mucho, por ejemplo, a las cuatro de la tarde suena una aserradora, es algo perturbador, como un insecto gigante zumbando ahí, ese sonido potencia la soledad. Todo lo que no sea previsible, eso, estoy buscando.
¿Qué le podría decir a mi madre, que es una de las tantas, cómo usted, que ha vivido el suicidio de un hijo?
-Lo primero que le podría decir es que él tomó una decisión respetable. Cuando uno entiende que eso era para él la salida verdadera para un mundo demasiado atroz, uno acepta.
Yo le diría, también, y este es un consejo muy difícil de dar, pero debería hacerse en voz alta las preguntas sobre nuestra relación con ellos. ¿Qué hice? ¿Qué no hice? ¿Qué habría podido hacer? Es como hacer un paneo por su vida, porque yo creo que hablar ayuda. Esas preguntas nunca dejarán de hacerse, pero enunciarlas ya es algo, porque dentro te hacen mucho daño.
Y, recordar, que el silencio es la peor forma del olvido.
¿Qué ha sido la poesía para usted?
-Es una pregunta, muy difícil de responder (silencio prolongado) Es de los lenguajes más sublimes, a través de la palabra alcanzas una trascendencia. La poesía se puede convertir en un consuelo supremo.
¿Cuál es el consejo que no podía faltar para sus estudiantes, en sus 30 años de experiencia docente?
-Lean, lean y lean. La persona que relaciona y profundiza es una persona que lee.
José Julián Mena Rivera. Estudiante yumbeño de noveno semestre de Comunicación Social, en la Universidad Santiago de Cali.