Imagen tomada de Misericordia día a día.
Por Martha Liliana Sarmiento de Reyes.
Recordar por un momento nuestra infancia nos permite no solo volver al pasado. Regresamos también a esa sensación de bienestar, seguridad, despreocupación, cuando todo lo resolvíamos con un “De tin, marín de do pingüe, cucara mácara títere fue, con la varita de san José”, o cuando los errores los enmendábamos con un simple “comencemos otra vez”, o salvábamos a nuestros amigos con un sencillo “la lleva por mí y por todos mis amigos”. Todas estas sencillas cosas nos hacían felices, no necesitábamos nada más que una cuerda, un balón y dos amigos para pasarla bien todo el día. Ojalá nunca perdamos el niño que llevamos dentro, porque ese niño o esa niña le dan sentido a nuestra vida especialmente los momentos de crisis.
Cuenta una historia que un rey reunió a sus sabios para le crearan una frase que en los momentos de máxima crisis le ayudara a salir del problema, cuando su reino fue atacado y el rey estaba a punto de ser atrapado se acordó de la frase y abrió su anillo y de allí saco la frase que decía “Esto también pasará”. Esto le dio valor y luchó por su reino y venció. Cuando estaba celebrando con todos los súbditos y su corte, uno de los sabios se le acercó y le dijo: “majestad, no olvide leer la frase”, el rey se afanó y le respondió “pero la frase era solo para los momentos de crisis”, y el sabio le respondió: “No, no es solo para los momentos de crisis, lo es también para los momentos de gloria”. El rey saco su anillo y delante de su reino la frase nuevamente: “Esto también pasará”.
Con esta pequeña historia, solo quiero que recordemos que las crisis, las tribulaciones, también las celebraciones y triunfos “también pasarán”. Nuestras guerras son internas, peleamos contra nosotros mismos, porque no nos aceptamos como somos, no nos perdonamos nuestras equivocaciones, no admitimos nuestros fracasos. También vivimos guerras externas, como la muerte de un ser querido, una enfermedad incurable, pérdidas financieras, un divorcio o separación y lo que es peor, cuando estamos en constante tristeza y depresión y ni siquiera sabemos por qué. Podemos estar tristes, y tenemos derecho a estarlo, tenemos derecho a llorar, es normal que hayamos perdido la alegría si perdimos a un ser querido o si nos quedamos sin empleo o nos acabamos de divorciar, claro que sí, eso se llama duelo y tenemos derecho a elaborarlo, pero el duelo “también pasará”.
Lo que no está bien es que focalicemos nuestra vida en lo negativo que nos ha pasado, que nos quedemos sufriendo por la persona que nos abandonó, o llorando al ser querido murió, o anhelando el empleo que perdimos. Los seres humanos estamos capacitados para levantarnos, sacudirnos los pies y seguir adelante, pero esto depende de cada uno, de su decisión, de su actitud frente a la adversidad, pero sobre todo de la confianza que tenga en Dios, de que con El, lo podemos lograr.
Podemos ver la muerte de un ser querido con la esperanza de la resurrección, sentirlo cerca y unido a través de la oración. Es más, podemos hacer más por ese ser querido, ofreciendo oraciones y Eucaristías por su eterno descanso y esta oración le bendecirá, aliviará y nos ayudará a elaborar nuestro duelo. Tal vez tu esposa o tu esposo ya no esté contigo, pero con la ayuda de Jesús puedes redescubrirte a ti mismo (a), desarrollar habilidades y talentos que no conocías de ti: puedes estudiar, trabajar, desarrollar un arte, servir en la Iglesia, llenar tu vida de sentido, sin depender del otro, o podemos quitarnos las amarras que teníamos laboralmente y al perder empleo conseguir otro que no habríamos llegado a buscar por estar acomodados en el trabajo que perdimos. Todas las dificultades se pueden volver oportunidades con nuestra decisión y de la mano de Dios.
Necesitamos identificar cuál es el problema, el trauma o el dolor que nos tiene anclados en la tristeza, para ponerle un nombre y fecha cumpleaños. Para elaborarlo, necesitamos entender que nuestro pasado nos tiene que ayudar a aprender, a madurar, a resurgir, pero no nos puede detener y lo más importante: TODO debe puesto en las manos de Dios. El mejor psiquiatra es Jesucristo, la mejor psicoterapia es el Sagrario, y la mejor medicina la confesión. Tenemos que aprender que nuestra capacidad viene de Dios y confiar en Él, será nuestra mayor recompensa. Todo en la vida pasará y ya no podremos decir como cuando éramos niños “Tacho o congelados”, para detener el mundo. Tenemos que asumir las consecuencias de nuestros actos, bueno o malos, pero será nuestra decisión reaprender para seguir viviendo, ahora de la mano de Dios.
Martha Liliana Sarmiento de Reyes
Psicóloga Casa de la Misericordia.
Martharey03@hotmail.com
Nota del Director: El artículo original fue publicado en el Manual Misericordia día a día, edición julio-agosto 2015, página 92.
