Por Marlium Jamir Pérez para www.todosesupo.com
Decidí volverme uribista. Sí, he sido liberal, pero había estado bastante indispuesto y en caso de que la cosa se pusiera grave, pensé, es mejor que se pierda un voto por el NO que uno castrochavista.
Salí a votar a eso del mediodía y todo estaba más vacío que la biblioteca el primero de enero, incluso los directorios políticos —que en su mayoría en Yumbo pertenecen a partidos que estaban con el SÍ— no estaban como hace unos meses en campaña por la alcaldía y el concejo. Claro, es comprensible, eso de la paz no da plata, no da puestos, no da curules…, no deja ni para lo de la lechona, sólo salva vidas y esas cosas sin importancia. Tampoco abundaban los sitios en los que se le informa al ciudadano el sitio donde le corresponde votar, ni había la congestión vehicular con conductores preguntando por dónde salir para Cali o dónde queda tal o cual escuela. No hubo carros con figuras y distintivos visibles que sacan a la gente de la comodidad de su casa, la llevan a su puesto de votación y luego la regresan con algún incentivo incluido.
«Será que me equivoqué de día y las elecciones no son hoy». Pues llegué a mi puesto de votación sin tener que hacer fila, pude observar cómo se confrontaba mi documento con una lista con muy pocos números de cédula resaltados.
¿Y si gana el SÍ? ¿Y si se impone el castrochavismo, ateo, comunista, de lafar? ¿Y si le inyectan a nuestros niños la ideología de género que les volverá ineludiblemente homosexuales, propagándose casi al contacto como en las películas de zombis? ¿Quién será el comandante en jefe de la nueva dictadura homosexual que se impondrá? ¿Y si lafar acaban con la familia? Bueno, debo confesar que no sé muy bien qué es exactamente una familia, pero me imagino a los narcoterroristas del comunismo del siglo XXI implantando detonadores de esa sagrada institución autoritariamente asignada en la que nacemos: la mamá, el papá putativo y dios padre, o bien, la monja, el padre y el monaguillo, o bien, la mamá, el papá y la paloma del espíritu santo o la Paloma Valencia, como sea, en alguna parte —entre líneas— del acuerdo final, tal vez en el punto de víctimas, debía haber algo oculto de lo que se podría deducir la destrucción del hogar.
Pues como a todos los uribistas, el triunfo del NO sobre el SÍ me tomó por sorpresa, ya hasta habíamos diseñado el discurso incendiario para acusar a la dictadura comunista de Santos y todos sus amigos del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, de Naciones Unidas, al Obama, al Pacho (al papa Francisco, digo) y al Hambriento Angulo, entre otros; de fraude para decir que el plebiscito había sido ilegítimo. Pero como ganamos, tocó improvisar: Pacho (ahora sí Santos) estaba más asustado que Timochenko con lo del avión, casi arrodillado le suplicó a lafar que no se levantaran de la mesa. Me sentí un poco traicionado, pero luego salió el presidente Uribe a pedir que se protegiera a los miembros de lafar, entonces quedé más confundido.

Mejor me fui a dormir y cuando desperté estuve feliz de no haber amanecido en Venezuela, Cuba o peor aún, en Macondo. Me sentía mucho más recuperado, tal vez porque contribuí a terminar de tumbar el Muro de Berlín, tal vez porque la tasa de cambio del dólar y el euro subieron.
Las noticias del día: renunció Humberto de la Calle como jefe del equipo negociador del gobierno, el Santos convoca a una reunión que logre un acuerdo a la que —muy coherentemente— no asisten los del NO porque no, los narcoterroristas de lafar insisten tercamente en su deseo de no volver a las armas (justo cuando un grupo de cristianos de bien —como Ordóñez— habían anunciado dejar las Biblias para empuñar las armas).
Los grandes ganadores de la campaña, aparte de los abstencionistas, fueron los hermanos Castro y Hugo Chávez, pues fueron, tal vez, los más mencionados.
Que Santos y Uribe no se pueden ver, que Uribe no quiere ver a Timochenko, que Pastrana y Uribe ya se volvieron a ver, que el Santos y el Uribe necesitan otra comisión negociadora como con los grupos subversivos. Mejor dicho: como con otros grupos subversivos…
Al final, todos terminaron diciendo casi lo mismo con diferentes palabras: que sí queremos la paz. Y yo que ya estaba listo para enlistarme en las filas del glorioso ejército, como todo buen uribista, porque como decía el pintorezco Pacífico Cabrera: «todo el mundo habla de paz, pero nadie se compromete».
El concho: Para el caso de los resultados de Yumbo aplica la frase según la cual la diferencia es poca, pero la indiferencia mucha.
Marlium Jamir Pérez Estudiante de sociología, miembro de «Colombianos/as por la paz» y del comité ideológico de «Juventud Liberal Socialdemócrata» (JLS). Exmiembro del Parlamento Nacional de Juventudes Liberales.
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