Este artículo va dirigido a aquellos políticos o electores que decidieron impulsar y apoyar a un candidato invisible en las pasadas elecciones para el Congreso de la República. A esos que por exceso de confianza en el poder de su partido o en la capacidad de endosar votos amarrados por parte del promotor de su proyecto, dejaron de hacer proselitismo o contacto con los votantes, y por ende, no lograron su objetivo.
Es increíble ver cómo a estas alturas, todavía existen aspirantes a cargos de elección popular que quieren el favor de los electores en las urnas, pero que no muestran un mínimo de disposición así sea para acercarse a las personas a pedirles un voto.
Todo entra por los ojos y los demás sentidos. Es decir, a la gente le gusta ver, escuchar, tocar y hasta percibir a qué ‘sabe o huele’ un candidato antes de entregarle su respaldo; más aún, si se trata de un político que por primera vez va salir a la palestra pública.
Por ello, traigo de manera oportuna un mandamiento del Consultor Daniel Eskibel en su artículo Nadie vota al hombre invisible: “Un candidato que quiera ganar es simplemente dejar de ser invisible. Hacerse conocer. Más aún, más allá de querer ganar: para existir como candidato real es necesario lograr notoriedad.”
”La notoriedad es condición necesaria para un candidato, no suficiente pero sí imprescindible. Quien la tiene, avanza. Quien no la tiene, debe construirla”.
Está bien que sea complicado recorrer todo un municipio y más un departamento, pero para eso existen otras formas de generar presencia, ya sea a través de medios de comunicación o canales virtuales, pues hacer campaña desde el anonimato, si es algo complicado que puede poner en riesgo cualquier aspiración electoral.
En síntesis, lo que debe hacer un candidato en campaña, es mantener presencia para ir ganando espacios en el cerebro del votante, para que el elector no sólo asocie lo que le cuentan en la calle con su nombre, sino con su rostro, sus gestos, su discurso y hasta su forma elegante de vestir.
¿Ahora sí me hago entender? ¿Ya tiene las respuestas para su fracaso? ¿Sí ve el error estuvo en no mostrarse? ¿Ahora si reconoce que ser un candidato anónimo o invisible es un fracaso?
Bien. Ahora sólo espero que en una nueva campaña, si es que se atreve a presentarse nuevamente como una nueva opción. Baje a la tierra, camine, toque puertas, salude y hable con la gente, para que no continúe como un candidato invisible al que difícilmente votan.
Imagine que usted va a un supermercado y un promotor de ventas se le acerca para ofrecerle un detergente. Le cuenta de sus múltiples beneficios, ventajas y, además, le dice que está en promoción 2 x 1, pero le exige que si lo va a adquirir necesita que cancele su valor y a los dos días vuelva para recibir el producto.
Usted desconfía, ¿cierto? No cree en todas las maravillas que le acaban de comentar, simplemente porque no lo está viendo, no lo pudo tener en sus manos y hasta duda que exista o tenga todos los beneficios y ventajas de las que le hablaron. Pues lo mismo le pasa al elector cuando alguien le pide que vote por un candidato que sale a hacer campaña y carece de presencia.
Entonces, ¿por qué buscar culpables en el equipo de campaña o en los electores, cuando la culpa de todo estuvo en la ausencia del mismo candidato?
El mensaje es claro. Todo entra por los ojos y los demás sentidos. La gente quiere ver o tocar lo que va a comprar, o en el caso de las elecciones, ver, tocar y escuchar al candidato por el que va a votar.
En fin, muéstrese, logre notoriedad y métase en la cabeza del elector, para que el éste no lo rechace o ponga en duda sus propuestas por ser un candidato invisible, más aún si se trata de un completo desconocido que llega por primera vez a pedirle su voto, pues lo más seguro es que esa duda será la piedra en el zapato para tener confianza y entregar su respaldo por un candidato invisible.
Por Andrés Lizarralde para www.todosesupo.com.
El yumbeño Andrés Lizarralde Henao es Comunicador Social Periodista de la Universidad Autónoma de Occidente (Cali) y Diplomado en Marketing Político de la Escuela de Gobierno Tomás Moro.
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