lunes, diciembre 16, 2024
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Pequeño elogio de la paternidad

Por JA Hernández C para wwww.todosesupo.com

“El niño es el padre del hombre”
William Wordsworth

No alentaría a ningún hombre a que se hiciera padre. Es una tarea difícil y habrá días en los que uno desee profundamente renunciar a ese digno oficio y huir; pero la escapatoria no es una opción, esto, si hacemos caso a ese principio que nos dicta que nada que valga la pena es fácil. Me causa mucha curiosidad la validación —entre las líneas de nuestra cultura— del rol distante del padre, algunos hombres encuentran excusas ingeniosas para justificar el abandono de los hijos, y muchas veces cuentan con la complicidad de las personas cercanas, ya que de alguna forma, seguimos considerando que la labor protectora sigue siendo un tema casi exclusivo de la madre, tal vez, asumimos que los nueve meses de gestación restringen la corresponsabilidad masculina en las garantías plenas de la formación de un nuevo sujeto y se convierten en la sentencia de la madre a abandonar sus pretensiones individuales, pero el hombre debe seguir en la búsqueda imparable de encontrar su identidad y lugar en el mundo —que a veces son harto esquivas—, omitiendo el hecho de que ya se ha adquirido una identidad y un rol que salvaguardar: sos papá.

Ser padre es un rol complicado, pues no existe ningún tipo de asignatura o aprendizaje previo que nos faculte para ello, y si se toma como punto de partida el rol que desempeñaron muchos de nuestros padres, pues no es que sea muy acertado. Las figuras paternas que sustentan el rol de los creyentes pueden ser Adán y el Dios Padre, ambos figuras ambiguas a las que podríamos señalar muchos defectos, uno fue condenado a labrar la tierra y la mujer condenada a los dolores parturientos, entre tanto Dios ha tomado distancia considerable de las necesidades de sus hijos y para salvarnos de la eterna condena, consideró que lo mejor era permitir que su hijo encarnara —sin él estar involucrado en el proceso—. La ausencia entonces es una validación bíblica de entrada.

En mi caso no pensaré tanto en la biblia, prefiero hacer referencia puntual a Ulises. El héroe homérico que impresionaba a los dioses por su valentía y arrojo en el campo de batalla, después de acabada la guerra de Troya fue condenado —por su arrogancia— a no regresar de inmediato a Ítaca, pero no es que lo pasara del todo mal en este exilio divino, tuvo la fortuna de ser el amante de divinidades, princesas y no sabemos cuántas otras damiselas alegres. Entre tanto Ulises estaba condenado a vagar tristemente lejos de su país natal, gozando de los mimos de una considerable cantidad de amantes, Penélope estaba en casa lidiando con todos los hombres de Ítaca que se querían hacer con la casa de Ulises, con su hijo y como no, con ella, esto sin mencionar las piruetas a las que se tuvo que ver expuesta durante la crianza de Telémaco, que no sentía menos que asco y bronca por los sucesos que acontecían en su casa, incluso en la poesía clásica en la que se funda el canon occidental, vemos que la lejanía del padre es un asunto muy viejo y si bien es cierto que al regresar Ulises y Telémaco protagonizan uno de los episodios más conmovedores de la literatura, el héroe encontraba a un hombrecito hecho y derecho, forjado por la entrega de Penélope. En este caso, el hijo se vio profundamente inspirado por la nostalgia y el mito de su padre, pero son frecuentes los casos de hijas e hijos que no tienen la posibilidad de ver a sus padres durante episodios muy aislados de sus vidas, con frecuencia se atribuye esta distancia a las separaciones de los hogares. Hasta ahora lo que he escrito, es más propio de un “en contra de la paternidad”, pero no se trata de eso, es necesario señalar que las conductas que consideramos censurables —y sí que lo son—, se remontan incluso a dos textos cruciales en la gramática espiritual de occidente: la biblia y la odisea. Obviamente, nada justifica la distancia de los hijos, sobre todo porque estos suponen una gran oportunidad para sus padres.

La matanza de los pretendientes de Penélope. Imagen alamy stock photo tomada de internet.

La paternidad no debería ser sólo un episodio reproductivo, limitado a la copula, a la fecundación y el eventual nacimiento, me parece que la paternidad también supone la posibilidad de un ejercicio filosófico de primer nivel: la estructuración de sujetos capaces de enfrentar el mundo con bases éticas y solidarias. La enseñanza que en nuestro país es un oficio venido a menos, tiene a veces sus formas precarias al interior de los hogares, puesto que se carece en muchos casos de los referentes para saber adonde queremos conducir la vida de nuestros hijos. Wordsworth en su verso “el niño es padre del hombre”, plantea un dilema complejo en el que los psicólogos y especialistas nos vienen advirtiendo: la importancia de la primera infancia en el temperamento individual y allí, la poesía cumple un bello papel: el de anticipar los dilemas del espíritu. Digamos entonces que la infancia es un país incierto, no sabemos en qué límites se trazan los paralelos de la alegría, la estabilidad, la capacidad de hacer frente a la adversidad o por el contrario las coordenadas del trauma, la infelicidad, la insatisfacción y esa profunda sensación de estafa que se ha instalado en el alma de muchos adultos. Nos espanta la idea de la paternidad, porque habitamos en un mundo cada vez más inseguro y muchos apelan a la necesidad de infertilizarnos a escala global como si esta fuera una solución mágica que erradicaría de tajo las dificultades que como especie nos hemos provocado, y claro, somos una especie que se reprodujo como la plaga. Sin embargo, a cada minuto muchos hombres son señalados con el deber de ser padres y es una decisión consciente tomar esto con plena consciencia y allí la filosofía tendría un papel importante: prepararnos para saber en qué tipo de actitud frente al mundo queremos instalar la mentalidad de nuestros hijos y no a la deriva de los prejuicios colectivos, de morales milenarias que no han solucionado de fondo ningún problema crucial y sus búsquedas civiles. La paternidad entonces también debería impulsarnos a rehabilitar nuestra red conceptual con la que nos relacionamos en el mundo. Creo que acá radica algo muy importante, la paternidad nos permite cometer acciones modestas en la vida de nuestros hijos que conduzcan directamente a la formación de ciudadanos capaces de forjar el mundo que consideramos correcto, acá el acceso a la cultura nos facilitaría el proceso, lamentablemente los referentes culturales de los niños —y los viejos— son monumentos de la vanidad, la mezquindad, el egoísmo y un arribismo repugnante.

Nos vendría bien en estos tiempos que hemos agotado los recursos naturales casi al límite, recordar las enseñanzas de hombres como Diógenes el perro, quien consideraba que la virtud estaba por encima de la posesión y la riqueza, no se trataría de instruir los niños a venerar la pobreza, pero sí a blindarlos de la vanidad que nos conduce afanosamente a la disminución de nuestra especie, a la elección de necios que nos gobiernan sin ningún asomo de humanidad o consideraciones por los otros.

Ser padre también nos inscribe en el campo de enseñar el respeto por la otredad, de reconocer en el otro la existencia de un mundo que perfectamente puede ser el propio y por eso mismo merece todas las garantías para ser feliz. En festejos como el día del padre, salen a flote una cantidad de rencores escondidos por madres defraudadas de los hombres con los que se suponía compartirían la crianza de sus hijos y no es una molestia necia, es un reclamo justificado. Muchos ocultan en sus mensajes de desprecio a la paternidad su incapacidad de asumir una responsabilidad duradera, que involucra el abandono de las propias vanidades. No creo en los mensajes de desprecio a ser padre, tampoco creo que nos veamos obligados a caer, en eso que Schopenhauer denominaba “la trampa de la naturaleza”, pero sí creo que es necesario realizar este ejercicio de manera tan consagrada que en algún punto borremos de la mentalidad de los niños que el valor de las acciones radica en el costo económico de estas y que por el contrario las virtudes son igual de importantes y que un plato de comida preparado por sus padres es un motivo de festejo como si de recibir la última consola de videojuegos se tratara, de comprender que los animales merecen un trato digno porque esto supone un ejercicio ético digno que los desafía y sobre todo, recuperar esas cosas que nos conmueven en la ficción, pero nos espantan o nos da pereza ejercitar en la vida real.

La paternidad entonces, no es un discurso y nos debería llenar de alegría ver como ese ser que mientras estuvo alojado en el vientre de su madre nos resultaba casi una abstracción, puede cambiar las cosas con sus acciones y en un país convulso como el nuestro, es necesario hacer de la paternidad un tema de importancia.

JA Hernández C. Poeta y escritor radicado en Yumbo.

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