Por Boris J. Abadía V., para www.todosesupo.com
No recuerdo un año en el que alguien no me haya dicho (o yo mismo, inclusive repitiera), la típica frase de “se acabó el año y no se hizo nada”. Muchas veces se suelta a modo de broma, pero en otras con toda la seriedad del caso. Tal vez porque el tiempo pasa muy rápido y quisiéramos haber hecho mucho más de lo que se hizo o quizás porque no somos conscientes de todo lo que pudo haber llegado a ocurrir en este determinado periodo. Y no me refiero a lo que el mundo haya generado y de si nos ha afectado o no, sino a lo hecho a nivel individual, porque la verdad es que sí suceden cosas nuestras en 365 días, aunque probablemente menos de las que deberíamos, de pronto con la excusa de todo lo que nos castigó ese mundo. No avanzamos más culpando a las circunstancias.
En fin, llegan los benditos balances con los que raramente alguien queda conforme. Siempre se pudo hacer más, o siempre no nos dejaron hacer más, dependiendo del grado de autocrítica que tengamos. Un año nos da para empezar proyectos y hasta para cumplirlos. En ese lapso de tiempo nuestros círculos sociales o hasta familiares varían en quienes los componen y cómo no, le echamos la culpa de ello al cochino mundo. Doce meses son suficientes para hacernos comprender de errores que cometíamos en otros tiempos y que ojalá no cometeremos más. En un año vemos crecer a nuestros hijos y disfrutamos de sus logros o sufrimos con sus problemas. Son más de trescientos días que se pasan muy rápido, tal vez tan veloces que no logramos percibir todo lo que contienen, bueno y malo.
Cambiar de año tiene la importancia que cada uno quiera darle y es muy respetable. Para algunos el paso de un número a otro es totalmente irrelevante, tanto como cambiar de mes o de día o de ropa interior. Para otros tiene su toque de misterio, inclusive. En mi caso, de joven llegaban los nervios faltando media hora para esa medianoche y ya ni cuento del día cuando cambió el siglo, ya estando mayor. Llegué a pensar hasta que el mundo se iba a acabar. Con el tiempo perdí esa intriga por las Nocheviejas. Así que, si a alguien le hace ilusión cualquier tradición en este día especial del año, siempre y cuando no sea peligrosa o irrespetuosa, que la haga sin pudor. ¿Quiénes somos para juzgar a los que se comen las uvas mientras suenan las campanas o a los que les da por salir corriendo a darle vueltas a la manzana con una maleta, por ejemplo? Lo importante es la buena actitud que se tenga para afrontar el nuevo año.
¡Feliz 2023!
Boris J. Abadía V., comunicador social y escritor yumbeño radicado en España. Autor del libro Recuerdos en la Guaca de San Jacinto. Editor de www.desdemipuntodevista.es
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