Puede ser que por celebrarse un año atrasados a causa de la pandemia y que las circunstancias en las que se vienen realizando éstos no sean las tradicionales, como por ejemplo no jugar con los estadios repletos de público o que los competidores participen en algunas pruebas con la mascarilla puesta, pero la verdad es que en el ambiente general no se siente esa gran expectación que debería estar generando el que, en teoría, es el evento deportivo más importante de la Humanidad, los Juegos Olímpicos. Y recalco lo de “en teoría” porque puede ser que por motivos comerciales existan torneos con más acogida televisiva y su pauta publicitaria sea más cara como lo son el Mundial o la Champions League en el fútbol, o la final de la Súper Bowl en el fútbol americano, pero intuyo que a nivel personal el poder escuchar el himno de tu país tras haber conseguido una medalla en unas olimpiadas, es algo insuperable.
Si bien es cierto que en la historia han quedado en evidencia varios casos de trampa en las modalidades, bien sea por dopaje o por juego sucio, está claro que por inmensísima mayoría las disputas se han realizado con una alta deportividad basada en los valores morales, algo que algunos llaman el espíritu olímpico. Una filosofía de vida basada en el esfuerzo, la educación y el respeto enfocados en el deporte. De hecho, no cualquiera puede participar en unos Juegos Olímpicos ya que se necesitan unas marcas mínimas para poder estar entre los inscritos, es así como el estar allí es casi como una ganar una medalla. Por eso es tan importante destacar a aquellos atletas que asisten a pesar de no contar con los patrocinios de las empresas o ni tan siquiera de sus gobiernos, quienes solo aparecen cuando ellos ganan algo y ahí sí quieren salir en la foto con los vencedores.
Para países que no son potencias mundiales en deporte como Ecuador o Colombia, conseguir estos galardones tienen un grado más de valor añadido. En el caso del ecuatoriano Richard Carapaz, ganador de una presea dorada, la dificultad fue superior tras conseguir el primer lugar sin el apoyo estatal y en una especialidad en la que los europeos son siempre los favoritos. Para el yumbeño Luis Javier Mosquera, del humilde barrio Guacandá (humilde como casi todo el municipio de Yumbo), ganador de medalla de plata para Colombia, significó el premio al esfuerzo y a la lucha contra las lesiones y los problemas burocráticos. Mosquera inauguró el medallero patrio al que, de momento, también se unieron Mariana Pajón y Carlos Ramírez tras ganar plata y bronce respectivamente en las Olimpiadas de Tokio.
Éstos son ejemplos de pujanza y de espíritu olímpico que lastimosamente no siempre tienen un final feliz en sus historias, como en el caso de la boxeadora colombiana Yeni Arias que aparte del deseo de triunfar en su especialidad, participaba con la esperanza de ganar y así poder cobrar algo de dinero para cubrir la operación de su padre. Pero no lo consiguió.
Por Boris J. Abadía V. para www.todosesupo.com
Boris J. Abadía V., yumbeño radicado en España.
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