
Imagen tomada de Internet.
Lo dan todos los que saben de psicología, de matrimonio y de vida feliz. Consiste en: DIALOGAR. La regla de oro para que dos esposos hagan de su hogar un paraíso, es esta: dialogar. Ningún amor puede sobrevivir si no se dialoga. El más grave error de una persona casada es encerrarse sobre sí misma y rehusar a dialogar con la otra.
La mayor parte de los matrimonios sufren el “mal del silencio”. No dialogan. Hay que partir de este principio: Ninguno de los dos tiene el monopolio de la verdad y de la razón. La verdad no tiene propietarios.
Hoy se usa él dialogo para todo. Ya no es atacarse protestantes y católicos, marxistas y capitalistas, liberales y conservadores. No. ahora es: dialogar, y del diálogo resulta la paz y el progreso. Así en el hogar no es atacar al otro, criticarlo, regañarlo, pelearle… No. El método moderno es: dialogar.
No es que el papá manda sin más porque él es el “macho de la casa, o que la mujer se encapricha en una idea porque así le gusta a ella, o los hijos se rebelan porque se les antoja”. ¡No! Hoy se dialoga, se exponen las razones propias y se escucha a los otros, y del diálogo salen ideas nuevas, soluciones felices, y la paz entre todos.
Para algunos esposos no hay sino dos caminos: o dialogar o perder su hogar. Hoy ya no hay lugar para los patriarcas mudos, ni para las matriarcas que hablan solas todo el día. Hoy los esposos saben que tienen que incorporar el diálogo como una costumbre más en su familia, si no quieren que sobrevenga la tensión y luego la separación.
El mutismo del marido, un obstáculo que se opone al diálogo
El hombre es por lo general menos hablador, y para tener más paz se vuelve mudo en su casa. Sabe que si empieza él a hablar, la mujer echa a charlar y charlar y ya no se calla. Además le tocará a él ceder en muchos puntos. Y la televisión le lleva a callar para escuchar los programas y nada más. Y así pasan los días, y esposo y esposa son unos desconocidos el uno para el otro porque no se dedican tiempo para dialogar. Marido y mujer sólo se conocen bien si dialogan en paz. Si no, solo conocerán sus defectos pero no sus cualidades. Hay que escuchar al otro y hacerse oír. Así si se conocerán y verán con alegría, que cada uno tiene muchas más cualidades que defectos.
Ser humilde, la primera condición para poder dialogar
Él diálogo no es un acusación. Quien concurre al diálogo con la seguridad de es la persona ideal y que toda la culpa es del otro, estará en el error más craso, convertirá el dialogo en una tortura y terminarán más separados que nunca. Cada uno tiene que reconocer en autocrítica que se tiene una viga en sus ojos y que si regaña al otro por la basurita que tiene en los suyos debe también quitarse su propia viga. Porque el que tiene casa de vidrio no debe tirar piedra al vecino.
Para que el diálogo tenga buen resultado…
Se necesita que sea paciente. En un solo día no se consigue la comprensión total con la otra persona. La paciencia es repetir y repetir, y no cansarse nunca de repetir. Hay consejos y peticiones que hay que hacérselos a la otra persona toda la vida. No es que el otro cónyuge tenga mala voluntad, es que simplemente se le olvida o no logra formarse la costumbre de hacer lo que razonablemente se le pide.
Una circunstancia sin la cual el diálogo no sirve
El diálogo hay que hacerlo en momentos de calma. Cuando uno está irritado porque el otro llegó tarde o porque una compra no se pudo hacer o por otras pequeñeces, si se dialoga estalla la ira. El coloquio tiene que ser en calma para que sea fecundo. Ojalá lejos de ruidos. Que los niños pequeños, o el teléfono, o los vecinos no vengan a perturbar mientras se dialoga. Nunca jamás en términos agresivos, sino con las palabras más suaves que la caridad inspire. Ya el rey Salomón lo dijo hace tres mil años: “una palabra suave calma él ánimo”.
Para poder dialogar se necesita una gran cualidad…
La prudencia. El arte de saber escoger el momento para decir ciertas cosas. Los antiguos decían: “No toda verdad es para ser dicha”. Existen algunas verdades que es mejor callarlas, porque diciéndolas solo lograríamos herir, sin provecho alguno para el mejor entendimiento. Hay cargas que hay que llevarlas sin pedir ayuda a nadie. Existen silencios que deben ser respetados, secretos que nunca se pueden contar. No todo ha de decirse. No todo ha de preguntarse. Una de las formas en que los cónyuges deben manifestarse el respeto mutuo es saber no preguntar cuando conviene, y no decir al otro una verdad demasiado dolorosa.
La verdad no puede ser dicha en cualquier momento. Ciertos días pueden esta contraindicados, y contar ciertas cosas solo servirán para alimentar una tensión mayor. Por eso la prudencia; guardar durante cierto tiempo esa confidencia hasta que llegue el momento oportuno en que se pueda contar sin que traiga males.
Pero, ¿qué debemos hacer si en casa la conversación es tan cansona y monótona?
En muchos hogares los esposos no encuentran nada interesante de qué hablar. Y viene el tedio y reina la monotonía. Y es que para hablar hay que tener algo que decirse el uno al otro.
Hay un remedio: hay que cultivarse, hay que adquirir más cultura. Y de aquí la importancia de las lecturas. La persona que lee más, charla más, para tener más de que hablar con los seres que amamos. Nunca crea usted que el dinero que gasta en libros instructivos o en revistas serias es dinero perdido. Lo que usted gasta en buenas lecturas es una de sus inversiones más productivas. Es enriquecer su mente y aumentar la cultura de su familia.
Al cónyuge: tu amor sin exigencias me disminuye. Tu exigencia sin amor me desespera.
Que el 2016 sea un año en el que se dialogue más en casa…