Por Juan de Dios Vivas-Satizábal, director www.todosesupo.com
Muchos amigos de Cali (y otras ciudades del país y de fuera de él) me preguntan: “Por qué seguís viviendo en Yumbo?”, y de manera recurrente me lo han preguntado durante los últimos once años que gozo con mi estatus de jubilado, situación jubilar próxima a expirar para dar paso a la pensión por vejez, derecho para el que empecé a aportar hace más de 41 años en aquel lejano 6 de junio de 1977…
Me siento a gusto en Yumbo, “aquel pueblo a veces tan alejado de Dios y tan cerca de los políticos, sobre todo aquellos (no todos) que no pueden escaparse al hecho indefectible de que la Política siempre saca a flote las miserias humanas que hay dentro de cada ser…”, como me lo decía un venerable anciano en los últimos años de mi primera juventud cuando trataba de indagar por qué en Yumbo pasan tantas cosas ilógicas, incomprensibles.
En Yumbo todo lo encuentro a la mano: comercio, sala de cines, medios de comunicación, tabernas, salsotecas, buenos restaurantes, sitios donde tomarme un buen café, espacios públicos en los cuales sentarme a charlar, templos católicos y sitios de congregación de amigos no católicos…
Cuando no encuentro lo que busco a unas cuantas cuadras de mi casa, tengo a la mano un servicio de transporte colectivo (es cierto, no tan bueno para los que aún conservamos la costumbre de viajar en bus) y también servicio de taxis que me llevan (como en efecto ha sido) hasta los sitios donde he de encontrar lo que busco y no encuentro en Yumbo: un libro, una película, una comida, un hotel donde pasar la noche y huir de la bulla que a veces se siente en el pueblo… Entonces, cómo no sentir a Yumbo como uno de los mejores vivideros del mundo, aquel mundo que he conocido, el que no ha sido tan ancho, pero sí muy ajeno, y al que he podido llegar gracias a los buenos libros que he leído y a la excelente cinematografía que desde niño he visto.
Otra de las bondades que encuentro de vivir en Yumbo es que camino a los sitios que frecuento nunca dejo de encontrarme con personas que me han regalado su amistad, y saber que aunque pasen muchos días, el afecto y la calidez, que surge del fogón de la amistad (aquel fogón que siempre tiene el rescoldo presto a encender de nuevo), se siente en la sonrisa, el estrechar una mano, el abrazo, la palmada en la espalda…
Y lo anterior fue lo que me ocurrió en la mañana de este jueves 6 de diciembre de 2018…, de manera imprevista, sencilla, en el andén de la Alcaldía, como llamamos los yumbeños a lo que nuestros mayores llamaron el Palacio Municipal, o el CAMY, como le dicen quienes han llegado últimamente a Yumbo a lo mejor de paso o el tiempo mientras le dura un contrato de Orden de Prestación de Servicios en la Administración Municipal.
En esta mañana, luego de buscar en los libros parroquiales unos datos de hace más de 100 años, datos para mi ejercicio de escribir la Historia de Yumbo, y camino a comprar algunas cosas en un supermercado popular, primero fue encontrarme con Lili Gómez Medina y Ramiro Muñoz Cerón, así sin títulos porque entre los amigos no lo existen ni nobiliarios ni profesionales: amigos a secas, en un pueblo donde la gente es pródiga, a veces derrochador, en regalar doctorados por doquier sin saber si se ha sufragado los más de 200 millones que cuesta un doctorado en Colombia, país que solo gradúa 6 doctores al año por cada millón de habitantes, o estudiado el tiempo que ello demanda. Y a lo mejor Lili y Ramiro vendrían hablando de alguna demanda interpuesta en defensa de algún derecho vulnerado, pero eso no importó, porque lo que contaba era el encuentro espontáneo de tres amigos…
Conforme transcurría aquel encuentro matizado con las anécdotas literarias, cuarta arriba venían César García y Melqui, así también a secas, porque si digo que es Melquisedec Quintero Ramírez muchos no sabrán que es el mismo que frecuenta el billar y quien puede hacer una diligencia, por ejemplo, en las oficinas del Tránsito Municipal. Luego habría de unirse al corrillo nuestro amigo Germán Ospina.
Pero eso no fue todo, porque por el andén del frente, un poco más abajo de lo que fue Cristales y llegando a la esquina donde funcionó La Yumbeñita, aquel restaurante que existió hace muchos años, venía bajando “Parrita”, el médico Heriberto Parra Zuluaga. Para el médico de manera religiosa, como si se tratara de un ritual del que no se puede sustraer, siempre, una vez verifica si no hay pacientes esperándole en el consultorio que desde los años 70 tiene en la calle cuarta, a un lado de lo que fue el Grill River Side, luego Comfamiliar Andi y ahora último sitio con locales comerciales, el médico va a dar una vuelta al parque para saludar y reírse (hombre de risa suelta) junto a los mismos de siempre: los pensionados y los viejos que hace muchos años jugaron al fútbol y que se sientan al frente del edificio Yumbo Centro Empresarial.
Este espontáneo encuentro de una yumbeña y seis yumbeños, sin que todos hayan nacido en Yumbo, pero lo quieren como si fuera el pueblo que los vio nacer, duró pocos minutos, minutos que bastaron para el recuerdo de anécdotas vividas por cada quien en el pasado. Anécdotas que sacaron más de una carcajada y que los que nos conocían compartieron al pasar a nuestro lado, y los que no, lanzarnos una mirada de extrañeza.
¡Qué viva la amistad por siempre entre los yumbeños!
Nota final: Nuestras risas de seguro que hicieron temblar los cimientos del Camy, pero con seguridad no fueron la causa del descascaramiento que día a día aumenta en el frontispicio de la alcaldía. Nos reímos sí, y mucho, pero no tumbamos las lajas de piedra caliza con que está recubierta la fachada de la Alcaldía…
Reponer las losas no nos corresponderá a nosotros (o sí, con los impuestos que pagamos); será algo que debe hacer la Administración Municipal para embellecer de nuevo el flamante edificio que sufragamos todos los yumbeños, y evitar que un corrillo de amigos que se detienen a saludarse, a recordar tiempos viejos, desparezca porque una de las losas cayó sobre sus cabezas…