Por Manuel Alberto Barragán Tovar para www.todosesupo.com
Históricamente el hombre ha basado su economía y provisión de víveres principalmente en la producción agrícola y las diferentes alternativas de explotación que le da la tierra; eso, que hoy llamamos campo. Son las huertas las que nos producen materias primas y los alimentos que a diario consumimos.
Desde este sector agrícola la humanidad busca tener un suministro constante de productos que le permitan satisfacer gran parte de las necesidades básicas que como seres humanos tenemos. Es por esto que se hace necesario articular y fortalecer la fabricación de todo tipo de bienes agroindustriales construyendo canales de comunicación efectivos entre los campesinos y las ciudades principales e intermedias, permitiendo que la población más joven conozca a fondo la importancia de mantener esta conexión y de llevar los adelantos técnicos y tecnológicos al campo para que la tierra produzca de manera sostenible los suministros que la ciudad requiere.
Es preocupante observar como la población joven campesina está dejando de cultivar el campo para desplazarse a las metrópolis a establecerse con nuevas expectativas de vida y a realizar actividades distintas a la explotación de la tierra como factor principal de suministro. Esta migración a las ciudades principales es ocasionada por dos elementos básicos: una educación que no orienta hacia la importancia de permanecer en su territorio; formación con los mismos principios para citadinos y campesinos, sin diferenciación; instituciones educativas sin oferta diferenciada que solo dejan la posibilidad de convertir a la población rural en ingenieros, psicólogos, administradores de empresas comerciales entre otras profesiones, con presentación de tecnologías poco aplicables en el agro y que finalmente permiten solo la alternativa de traslado a la ciudad para poder desarrollar conocimiento.
Por otro lado, como segundo elemento básico de la migración de los jóvenes campesinos, es la miopía estatal que basa sus políticas en un aparente bienestar mostrando desarrollo desde la construcción de imponentes obras de cemento y pocos programas que ayuden a fortalecer verdaderamente los factores de producción: tierra, capital y trabajo, que reconozcan una prosperidad real a la población y que permitan proteger la despensa agrícola amarrando a nuestros campesinos a los latifundios con posibilidades reales de progreso y desarrollo.
La falta de un real desarrollo, seguridad física e intelectual para los campesinos está ocasionando que se pierda el ADN de la juventud campesina y que se cuente con menos personas interesadas en la explotación de la tierra desde cualquier perspectiva; esto sumado a la baja inversión de los estados en programas dirigidos a latifundistas menores y no a terratenientes que no explotan adecuadamente la tierra, hará que en un promedio de 20 a 30 años no tengamos esa despensa primordial que provea bienes como materias primas para satisfacer nuestras necesidades básicas y que en las ciudades la sobrepoblación nos siga llevando a una mayor escasez, inseguridad, alto despilfarro en proyectos innecesarios que garanticen el poder de unos pocos, olvidados de lo verdaderamente significativo: el progreso agrícola que permita el bienestar efectivo de la población.
Es urgente promover un relevo generacional en el campo que permita que los jóvenes opten por perseverar en sus parcelas. Para lograrlo es indispensable que los sistemas de formación contribuyan a mostrar el atractivo de quedarse a desarrollar proyectos con empresas productivas que transformen la visión del cultivo. Realizar transferencia tecnológica apropiada es una necesidad imperante que podrá exponer lo interesante de permanecer en la producción agrícola. Todo esto amarrado al progreso de la infraestructura vial, mejoramiento de procesos de comercialización, acceso a educación adecuada y pertinente, un buen sistema de salud, todo ello que den solución a las necesidades de la población campesina de manera integral.
Debemos desarrollar entonces, un programa que admita la conexión entre el agro y las ciudades obteniendo un desarrollo sostenible acorde con nuestra necesidad alimentaria. Esto lo lograremos en la medida en que agremiaciones, productores, centros educativos, sistema financiero y Estado realicen proyectos que permitan salvaguardar los procesos campesinos y que lleven prosperidad real al campesino, permitiendo que los jóvenes se incentiven por la producción agropecuaria bajo la premisa de un progreso social verdadero, pensando en la riqueza colectiva y olvidándonos del bienestar individual.
Es indispensable que este tipo de medidas se adopten en el corto plazo para lograr la repatriación de la juventud que hoy ha abandonado los latifundios en busca de otras posibilidades que muestra el medio y que solo nos están llevando a la pérdida de capacidad productiva en el primordial sector productivo, el campo.
Manuel Alberto Barragán Tovar. Capacitador y Conferencista independiente en temas de motivación personal, administración, Logística, Emprendimiento. Administrador de Empresas.
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