Por Mahmoud A. ibn Marlium Jamir para www.todosesupo.com
Aparte de la penicilina —como lo ha expuesto Umberto Eco— hay que reconocer que el mejor invento del hombre —quiero decir, del ser humano— no es, como solemos creer ni la rueda, ni la imprenta, ni el Facebook, ni el Frutiño con vitaminas, sino uno de los más —si no el más— importante: el eufemismo.
Y no exagero, el eufemismo es la evidencia pura de que hemos interiorizado lo que un tal Norbert Elías decidió llamar «el proceso civilizatorio». Es decir, es lo que hace, sin duda, que no nos matemos librándola unos contra otros, todos contra todos, y además nos permite vivir en relativa paz. El eufemismo, según el DRAE no es más que una «manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante». En otras palabras, decir lo mismo, pero de forma más bonita.
Pero, por ejemplo, lejos de aquella magnífica definición que se hace en una presentación de Les Luthiers: «descendiente directo en primer grado de una cortesana de dudosa moral, horizontal, cuatro letras», el término hijo de puta, según el Diccionario de la Real Academia Española, tiene muy poco (o nada) que ver con la profesión u oficio a que se dedique la señora madre de la persona insultada. Por el contrario, tiene que ver con la conducta del propio implicado puesto que, si bien es usado como insulto, se define como una forma coloquial de denominar a una «mala persona».
A propósito de lo cual y a manera de anécdota, después de abrirle un proceso disciplinario por haber llamado de tal modo, el Diputado chileno Gaspar Rivas, al Presidente de esa corporación, salió bien librado gracias a un experto en lingüística que aportó esta definición en su defensa. Esto sin dejar de lado, las interceptaciones telefónicas en las que cierto expresidente y Senador colombiano decía: «esos hijueputas nos están escuchando». Todos ellos parecían corresponderle claramente con la definición de lo que es una verdadera mala persona según su criterio: un hijo de puta como cualquier otro.
Pero de todos modos, es evidente que, desde la reconocida actriz porno Esperanza Gómez, pasando por la «hijueputa casa pintada» de la Estrategia del Caracol y por las espantosas canciones decembrinas de Octavio Mesa, hasta aquel youtuber autodenominado Querubín Rebelde, que se jactaba de tener: «presencia y plata, hijueputa»; que en las más callejeras expresiones sin esa carga despectiva sino, al contrario, a veces rebosante de cariño y aprecio, de amor, comprensión y ternura, pero también de reclamo, de expresión, de adjetivo, entre muchísimas otras formas de introducir semejante palabrota en nuestra cotidianidad. Sin duda, la diplomacia no sería nada sin el eufemismo. Ya dicen que dijo Churchill que la diplomacia es el arte de mandar a alguien a la mierda y que se vaya con gusto.
De cualquier forma, el eufemismo hace que este mundo no sea peor. Con el eufemismo no hay personas gordas sino repuesticas, no hay personas feas sino poco agraciadas, graciosas o de belleza exótica, no hay tontos sino personas con dificultades de atención, no hay locos sino pacientes psiquiátricos, no hay compra indirecta de votos sino apoyos económicos, no hay acuerdos burocráticos sino programáticos, no hay población desplazada sino migrantes internos, no hay prolongación de la cuarentena sino confinamiento inteligente —que, dicho sea de paso, se diferencia muy poco del bruto— no hay sobreexplotación sino teletrabajo y no hay partidos ni gente de derechas sino de centro.
El concho: En estos tiempos de peste e incertidumbre, en los que se nos ha despertado la solidaridad en unos y la compasión en otros, pero, sin lugar a dudas, el virus nos ha hecho ser a unos menos, a otros más hijos de puta.
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